Textos y fotos Pedro Grifol
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VIENA. Capital del Arte

Viena lleva mucho tiempo siendo uno de los destinos más visitados de Europa. Pero estas vacaciones sería una opción de viaje acertada, ya que la ciudad conmemora el 150 aniversario de Gustav Klimt y aprovecha la ocasión para exhibir sus joyas artísticas en todo su expledor.

Un fin de semana largo –es decir, una escapada– en una ciudad que visitamos por primera vez son tres o cuatro días de no parar: patear aceras, bajar al metro y subir al autobús. Se transforma en un constante aluvión revelador de información a raudales durante horas agotadoras llenas de descubrimientos y emociones, pero no importa si el lugar lo merece y el cuerpo aguanta.

En Viena ¡y en verano! nos faltará tiempo, horas, días. Tenemos que ver museos, comer, tomar café, ir de compras... y dormir un rato, pero descubrirla será un verdadero lujo por poco o mucho que encontremos.

Empezaremos comprando la tarjeta Viena Card, que nos será muy útil porque nos esperan palacios imperiales, cámaras de tesoros, conciertos por doquier, museos con emblemáticas obras de arte, festines gastronómicos, históricos cafés y clubs con marcha en los que podemos beneficiarnos de algún descuento. Es una ciudad cara, pero el oro tiene su precio y aquí el oro lo embellece todo. Parece que es el color corporativo, desde la dorada estatua de Strauss que toca el violín al aire libre en el Parque de la Ciudad, hasta el papel que envuelve los bombones de Sissi Emperatriz. Aunque para oros las entrelazadas hojas de laurel que coronan la cúpula del Pabellón de la Secesión, y que los vieneses bautizaron como El repollo dorado. En la fachada del coqueto palacete, situado en pleno centro de la ciudad, unas letras doradas (como no podía ser de otra manera) invocan la frase: “A cada tiempo su arte, al arte su libertad”, explícita declaración de principios y lema del movimiento Jugendstil (estilo joven), que en los albores del siglo XX supuso una renovación artística en la arquitectura, la pintura y el diseño centroeuropeo, y que desembocó en la llamada corriente modernista de 1900. En el sótano del edificio podemos admirar El friso de Beethoven, la pintura mural de 30 metros de longitud que representa la Oda a la Alegría de la Novena Sinfonía que creó el genial pintor Gustav Klimt en 1902 para la exposición dedicada al famoso compositor alemán.

Podemos considerar la figura de Klimt, que en 2012 celebraría su 150 aniversario, como el ideólogo del movimiento que transformó la pintura desde el arte decorativo de la época historicista hasta el principio de la abstracción. Viena aprovecha este aniversario para dedicarle todo el año bajo el lema “Klimt y el nacimiento del arte moderno” con diversas exposiciones sobre el pintor y su época. Otros compañeros del camino artístico emprendido por este genio fueron los arquitectos Josef Hoffman, Otto Wagner y Joseph María Olbrich. Y también su huella la encontraremos en los pintores Egon Schiele y Oskar Kokoschka.

 


El beso dorado

Obligada es la visita al Belvedere, el museo que alberga la mayor cantidad de pinturas de Klimt, y situarnos delante de uno de los cuadros más famosos y más reproducidos de la historia del arte, El Beso, para robar una foto furtiva con el móvil... cuando alguna pareja se bese delante del cuadro (que las hay) en una expresión de éxtasis idealizado. El Beso enamora, pero hay otro cuadro que merece la pena una reflexión y no pasar de largo: Judith, magnífica interpretación del mito de mujer fatal; imagen predecesora de arquetipos que explotarían actrices como Marlene Dietrich o Greta Garbo. Y a la calle... ¡a ver más arte!

Aquello de: “Detrás de cada gran hombre, hay una gran mujer”, en el caso de Klimt no hay ninguna duda. Podemos imaginar la contribución a la inspiración del artista cuando conozcamos a su compañera sentimental Emilie Flöge, propietaria de un salón de alta costura donde se vestía la flor y nata de la sociedad vienesa. El Museo del Folclore también muestra este año una importante colección textil procedente del legado de la eminente diseñadora. Sus retratos, luciendo atrevidos tocados y vestidos de cuello jirafa, nos cautivarán para siempre.

Si Klimt revolucionó el arte, otro pintor, Egon Schiele, coetáneo suyo, convulsionó las buenas costumbres de la sociedad burguesa. Sus transgresores desnudos no eran amables en absoluto, más bien todo lo contrario. En nuestros días, y ya superada la mojigatería de otros tiempos, sus dolientes obras son una referencia para cualquiera que intente profundizar en la dramática destrucción física y moral del ser humano. Sus cuadros se exhiben en el Leopold Museum. Otra visita para anotar en la agenda. Sus pinturas, en vivo ¡son otra cosa!


Pero "No sólo de arte vive el hombre"... que decía un profesor de matemáticas que yo tenía en el colegio, quizá intuyendo mi vocación por las letras y no por las ciencias. Así que vayamos a practicar el fino arte de la buena mesa. Para almorzar, y sin movernos del epicentro de la ciudad, podemos probar el más espectacular restaurante de la ciudad: el Palmenhaus. Construido en 1901 por Friedrich Ohmann como invernadero en los jardines imperiales, constituye uno de los edificios de hierro y cristal más emblemáticos del período modernista. Tiene una gran terraza que –si el tiempo no lo impide– nos acogerá para disfrutar de un clásico menú vienés. La carta es reducida pero contundente, y en ella no faltan las salchichas en sus tres variedades: la frankfurter (clásica), la burenwurst (más tosca) y la käsekrainer (picante); todas ellas servidas con abundante puré de patata. Si no le apetece ninguna salchicha, puede optar por el bruckfleisch (ragú de carne).

Ineludible un café... en un café

Los vieneses no lo han descubierto, pero sí han sabido perfeccionar la costumbre de tomarlo. Aquí degustarlo es casi lo de menos, la experiencia es apreciar el acogedor ambiente que envuelve cada uno de ellos y pasar allí varias horas hojeando periódicos a la vez que disfrutamos de la tarta de la casa, que no siempre es la famosa sachertorte, ya que cada establecimiento tiene su especialidad. Los hay de todos los estilos: decimonónicos, vanguardistas y bohemios. Antes de que anochezca, una vuelta por el popular mercado de Naschmarkt –que no es un mercado cualquiera– puede ser una buena idea. Es un lugar donde podemos comprar alimentos exóticos provenientes de muchas partes del mundo. Ocupa el bulevar de la calle Wienzeile y es un punto de reunión para los lugareños que se dejan caer a media tarde, después de la jornada laboral, para tomar una copa o para cenar –en Austria, ya se sabe... a las siete de la tarde ya están cenando–, y cualquiera de los establecimientos del Naschmark es ideal para picar algo. Allí se encuentran quioscos con especialidades turcas, griegas, armenias o indias. Apoyados en una mesa de patas altas, podemos saborear un kebab, un falafel, una samosa, un maki o, simplemente, una copa de vino achampañado acompañada de unos cacahuetes recubiertos de wasabi. Todo a precio razonable.


Purpurina de noche

Resulta inevitable la presencia de la música clásica en Viena, la urbe que cada año celebra el concierto que irrumpe por televisión en nuestros hogares exactamente al mediodía del día de Año Nuevo con los acordes de la Marcha Radetzky, retransmitido desde la gran sala dorada del Musikverein, donde señoras y señores (de rigurosa etiqueta) se mueven al unísono.

En nuestro deambular por la ciudad, algunos jóvenes con peluca –ataviados a lo Mozart– ya nos habrán informado de los conciertos que acontecen diariamente en las noches vienesas por si nos queremos apuntar a la opción de música clásica. Pero cuando hablamos de música en Viena, no siempre tenemos que referirnos a la de palacio... Porque otros estilos son posibles, sobre todo en este año en el que se acaban de inaugurar tres nuevos templos de marcha: el Grelle Forelle, donde se escuchan ritmos entre house y tecno; el Alpha, con un equipo de sonido que colma las ansias de los DJ's más modernos; y el Chaya Fuera, el local de moda más reciente, inaugurado en febrero de 2012, y que pretende convertirse en un campo experimental acústico, con actuaciones de música en vivo, si bien la entrada es para mayorcitos, ya que el corte está en los 25 años.

En otro registro sonoro se halla el Birdland, el conocido club de jazz que fundó el iconoclasta teclista vienés Joe Zawinul en 2004, donde podemos encontrarnos, en una noche cualquiera, con un improvisado riff de guitarra envenenada.


Para el que haya tenido una noche movidita, lo mejor será que al día siguiente vaya a respirar un poco de aire puro, y el parque de El Prater es el lugar ideal. Era el coto de caza de los “reyes y famosos” hasta finales del siglo XVIII, época en la que se abrió a la plebe y se inauguraron las primeras montañas rusas para regocijo del pueblo. Allí es donde gira la famosa noria gigante, otro de los símbolos de la ciudad y que funciona desde 1887 habiendo sobrevivido a guerras mundiales. Nadie que haya visto la película El tercer hombre podrá olvidar la secuencia –en un contrastado blanco y negro– de la huida de Harry Lime, el personaje encarnado por el mítico actor Orson Welles, con la silueta de la noria gigante al fondo. Para la memoria.

Veremos ciclistas, patinadores, futbolistas... y chiringuitos donde sirven salchichas, cerveza y langos (una gigantesca torta de pan que solamente he visto allí). Coma al aire libre lo que le venga en gana y después, al atardecer, suba a la noria gigante. Disfrute del panorama... desde las alturas verá otra Viena.

 

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