Textos y fotos Andrés Campos
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Ruta por los 10 mejores pubs de DUBLÍN

Por 30 euros, que es lo que cuestan un vuelo a Dublín (en temporada baja) y una pinta, se puede estar en el mejor lugar del mundo y en compañía de la negra más rica y famosa: la cerveza Guinness. Pubs modernos o de estilo victoriano. Literarios. Para ejecutivos, para turistas, para gays. De mediodía y de medianoche. Será por barras.


Decía Leopold Bloom, el protagonista del Ulises de Joyce, que “buen rompecabezas sería cruzar Dublín sin pasar frente a una barra”. La verdad es que sí, porque hay más de mil. Con todo, el mayor rompecabezas es decidir en qué pub detenerse, porque todos tienen algo que los hace interesantes: un reservado donde urdieron sus tramas escritores y revolucionarios, una decoración cien por cien victoriana o (todo lo contrario) petarda a más no poder, una carta con más whiskeys que días tiene el año, un escenario donde rugieron el León de Belfast y el Tigre de Gales... Visitar diez, como nos hemos propuesto, es incurrir en 990 omisiones y no pocas clamorosas. Además, tenemos que hacerlo en un orden lógico y tomarnos nuestro tiempo, un par de días como mínimo, si no queremos llegar al hotel a gatas, canturreando Seven Drunken Nights.



Un bar de finales del siglo XII

Por el respeto que se debe a los más mayores, el primero que hay que visitar es el ancianísimo The Brazen Head (20 Bridge Street Lower). De tiempos de la invasión normanda data el pub más antiguo de la ciudad y de toda Irlanda: ¡1198! Está en lo que fue una esquina de la muralla medieval y tiene un patio que recuerda el de un castillo, un comedor que parece una cueva y una zona más moderna y acogedora con fotos de visitantes ilustres, como Adam Sadler o George Bush padre. La verdad es que, en ocho siglos y pico, ha pasado por aquí mucha gente: escritores (Jonathan Swift, James Joyce, Brendan Behan…), revolucionarios (Robert Emmet, Wolfe Tone, Daniel O’Connell, Michael Collins…) y músicos tan sonados como Van Morrison o Tom Jones. Todas las noches hay actuaciones en The Brazen Head. Y aunque es el menos céntrico de los pubs que vamos a visitar, también es, por eso mismo, de los más tranquilos; además, queda camino de Guinness Storehouse, el viejo almacén y moderno museo de la famosa stout, que también nos apetece conocer.

Viendo un lugar tan antiguo y venerable como The Brazen Head, nos da por pensar que quizá en Dublín los pubs son lugares mucho más serios que en ningún otro lugar, casi como gentlemen’s clubs. Craso error. Sólo tenemos que bajar por el río Liffey y doblar a la derecha a la altura del segundo puente, para enseguida plantarnos en The Front Lounge (33-34 Parlamient Street), donde entramos en el preciso instante en que un partido televisado de rugby está provocando el delirio de un público mayoritariamente gay. Los sofás de peluche rojo y la aparatosa lámpara de araña son también avisos para despistados. Y no digamos los martes de karaoke loco.


The Temple, templo de turistas

También muy animado, aunque por motivos distintos, es The Temple Bar (47-48 Temple Bar), al que llegamos en cuatro minutos atravesando por Essex Street East. Este pub es uno de los mayores imanes turísticos de la ciudad, un potente aspirador de forasteros que entran a tropel, se hacen la foto de recuerdo y salen sin haber catado ninguno de los 450 whiskeys (en irlandés), no ya porque no tengan ganas o les parezcan caros, que también, sino porque no queda un sitio libre. Para más inri, los que saben dicen que los camareros no saben. Hay música tradicional a todas horas. Y hay la costumbre, casi la obligación, de tomarse unas ostras frescas de la bahía de Galway con una pinta de Guinness o con champán, según el gusto y el presupuesto de cada cual. También nos recomiendan el café irlandés, que lo hacen con whisky, como es de ley, o con Baileys, con Tía María, con Frangelico o con lo que sea.

A nosotros, la verdad, nos parece más relajado y más genuino The Palace (21 Fleet Street), que está a 300 metros, en la calle que es prolongación de la de Temple Bar. Tiene una portada preciosa, con farola decimonónica y cristales grabados al ácido; a mano derecha, según se entra, un diminuto snug, el doble de alto que ancho, reservado antaño para que las mujeres y los policías de servicio pudieran beber sin que nadie los fastidiara. Y al fondo, un saloncito abovedado con butacas de escay rojo. Teníamos entendido que venían muchos jóvenes y muchos turistas, pero después de estarnos aquí un buen rato, ni una cosa, ni la otra.

Otro pub muy auténtico es Mulligan’s (8 Poolbeg Street) y nadie lo diría viendo donde está, en la calle más insulsa que hay entre el Trinity College y el río. Fundado en 1782, tiene fama por haber sido citado en el Ulises (1922) y por no haber cambiado desde entonces, lo que se supone que algo intencionado y positivo. Vemos a los parroquianos demasiado serios, silenciosos, introspectivos. Hasta que uno se arranca a cantar sin previo aviso y sin acompañamiento musical. Siempre ha sido frecuentado por periodistas, entre ellos uno que trabajó en 1945 como corresponsal del imperio Hearst: John Fitzgerald Kennedy. Aquí también se reúne la Sociedad para el Fomento del Acento Dublinés. Se conoce que el que ya tienen no les parece suficiente.


El primero con luz eléctrica

Si el primer día nos hemos ceñido a los pubs que hay cerca del río, el segundo nos vamos a alargar algo (tampoco mucho) hacia el sur, por los alrededores de Grafton Street, la calle Preciados (vía madrileña muy comercial) de Dublín. Comenzamos en The Stag’s Head (1 Dame Court), que es un típico pub victoriano, con vidrieras emplomadas, sillones de piel, barra de caoba y mármol rojo de Connemara y un zorro momificado en el snug o reservado. Se abarrota a la hora del lunch (sirven platos irlandeses y un sándwich de jamón y queso rico, rico) y por la tarde-noche, sobre todo de estudiantes. El resto del día parece una iglesia. Fue el primero que dispuso de luz eléctrica en la ciudad. Ahora gasta poca, la verdad. A nosotros, los bichos disecados y que parezca de noche a las 11 de la mañana son cosas que nos ponen mustios.

Mucho más alegre y luminoso, ¡dónde va a parar!, es The International (23 Wicklow Street), que cae a 150 metros de la comercial (quizá demasiado) Grafton Street y resulta ideal para descansar de las compras o para, directamente, escaquearnos de ellas. En el sótano, gente y ritmos jóvenes. En la planta superior, club de comedia y jazz. Pero es en el pequeño bar, a nivel de calle, donde se organizan las más finas, pues ya desde mediodía se llena de guitarras, banjos, violines, panderos…, y de un coro improvisado y cada vez más tumultuoso de nostálgicos que está a punto de hacer estallar los vasos al acometer los falsetes del Imagine de Lennon.

Una pinta en la antigua morgue

En otra bocacalle de Grafton Street, aislado del bullicio y del tiempo universal, como en una bola de cristal, se halla McDaids (3 Harry Street), una reliquia casi sagrada del viejo Dublín, que fue morgue antes que pub. Nada de música. Sólo conversaciones, viejos libros y retratos de escritores. Un habitual fue Brendan Behan, el escritor y militante del IRA que solía bromear: “Cuando volví a Dublín, me enteré de que un tribunal militar me había juzgado en ausencia y sentenciado a muerte en ausencia, así que les dije que podían fusilarme en ausencia”; el mismo que, un día que estaba tieso, se ofreció a pintar los lavabos a cambio de cerveza. “Soy un bebedor con un problema de adicción a la escritura”, decía. Arriba hay un salón para estar aún más tranquilos. De paso visitamos los lavabos de marras, que datan del periodo Cretácico, como poco.

Del silencio sepulcral de un antiguo depósito de cadáveres, al jolgorio del singing pub más famoso de Dublín: O’Donoghue’s (15 Merrion Row). Junto al parque de St. Stephen’s Green, se encuentra este viejo bar que está forrado hasta el techo de fotos amarillentas de The Dubliners, banda legendaria de folk que comenzó a tocar en el patio trasero en 1962 y aún sigue en la brecha. También dicen que Robert Kennedy cantó aquí un día a pleno pulmón, pero no hay testimonio gráfico, qué lástima. El camarero es un fenómeno que nos sirve la pinta con un trébol dibujado a presión sobre la espuma. Y el local, como un intestino colapsado, sobre todo a partir de las 21.30, cuando empieza la música. Si televisan rugby, ya es el acabose.

A dos pasos de O’Donoghue’s (dos pasos de 60 metros cada uno) está James Toner (139 Lower Baggot Street), uno de los pubs más antiguos (1818) y curiosos de ver. Cristales biselados, tiradores de cerveza antediluvianos y barra baja de caoba con paneles divisorios, como en una cuadra, para no tener que defender el sitio a coces. Al que no le impresionó mucho es al poeta Yeats, que fue un día arrastrado hasta aquí por su amigo Gogarty, se sentó en el reservado que hay nada más entrar a la izquierda, se tomó un sorbo de jerez, se levantó y dijo: “Ahora que sé lo que es un pub, ¿serías tan amable de acompañarme a casa?”. Menudo juerguista.

 

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Texto y fotos: Oscar Checa

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Texto y fotos: Redacción Viajeros

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