Textos y fotos Oscar Checa
Compartir

PORTUGAL. Costa Vicentina. El otro Algarve

Caminar, correr empujado por el viento, deslizarse con una tabla sobre las olas del mar, montar a caballo, sentir el sol, charlar... los rincones de la parte más occidental del Algarve parecen ideados para disfrutar de las cosas más sencillas. Y nos encanta porque esas son las más placenteras.

Quando avistei

ao longe o mar

ali fiquei

parada a olhar…

No sé si Pedro Ayres Magalhães estaba frente al Atlántico de esta parte del Algarve cuando escribió la letra de esta canción de Madredeus, pero desde luego no me extrañaría nada: si el mar tiene siempre un hipnótico poder de atracción sobre nosotros, el mar de la Costa Vicentina lo posee multiplicado. Aunque bueno, no es solo el mar: están los acantilados de vértigo, los páramos donde las plantas crecen a escasa altura para evitar la fuerza con la que el viento se deja sentir por aquí, la luz… la potencia de los elementos, de la vida y de la naturaleza empapa todo este territorio hasta donde nos hemos venido; un lugar que, durante mucho tiempo fue también un finis terrae, el punto donde acababa la tierra, donde concluía el mundo. “Más allá hay dragones”, escribían nuestros antepasados en los mapas junto a las siluetas de las costas que ‘cerraban’ el suelo conocido. Ahora sabemos que cruzando ese océano hay otra tierra y no dragones, pero la capacidad de sugestión, asombro y fascinación de este litoral sigue siendo el mismo que el de entonces.



En busca de delfines

Las tablas de surf apostadas a la entrada de una tienda o un campamento y el ir y venir de las típicas furgonetas camper, las Volkswagen California que pusieron de moda los hippies, y otros modelos similares, son la señal inequívoca de que estamos en territorio surfero. Ya hemos mencionado que esta fachada oeste del Algarve es un área de poderosos vientos. Las extensas playas de arena completan la fórmula perfecta para que este sea uno de los lugares fetiche de los apasionados al surf. ¿Habéis hecho surf alguna vez? Bueno, aquí tendréis la oportunidad de iniciaros con los cursillos que ofertan muchas escuelas especializadas. Nosotros también lo haremos (somos novatos, sí) pero de momento vamos a comenzar con otra cosa. En Sagres, desde el pequeño puerto de pescadores de Baleeira, varias empresas ofrecen la posibilidad de salir a navegar para observar cetáceos.

La pionera, tanto en esto del ecoturismo como en la investigación científica, es Mar Ilimitado. “Estamos en un área muy interesante que eligen muchas especies de cetáceos durante su época de cría pero también como lugar de alimentación”, explica Sara, bióloga marina y una de las fundadoras de la empresa. Vamos a bordo de una lancha neumática a motor con capacidad para doce personas. A veces los delfines están cerca de la costa pero otras veces hay que adentrarse bastante en el mar para localizarlos, como ocurre esta vez. La expectación por ver aparecer a estos animales se une a la sensación de fragilidad de la embarcación. Avanzamos. Más. Sara otea. Se guía por las aves: “donde hay alcatraces suele haber delfines”. De todas formas, como explica, esto es un ‘safari natural’, podemos encontrar animales o no, aunque la probabilidad de hacerlo es casi del cien por cien. Y, de repente... ¡delfines! Es un grupo de delfines comunes. Saltan y nadan a una velocidad impresionante. Y se acercan a nuestra barca. “Claro, dice Sara, nosotros hacemos dolphin watching y ellos human watching”.


Otra historia

Esta primera experiencia ha sido formidable y es que el Algarve de la Costa Vicentina es otra historia. Desde Sagres hasta Odeceixe, el último pueblo antes del Alentejo, y en un área de varios kilómetros tierra adentro, este territorio es Parque Natural. Ojalá siga así durante mucho tiempo, atrayendo especialmente a los viajeros que sigan considerando este lugar (como lo hicieron todos los pueblos que pasaron por aquí) un lugar sagrado, místico. Nicolau, de Atalaia Walkings, conoce bien todo ese pasado, el de los hombres prehistóricos que llegaron hasta aquí, se quedaron y levantaron menhires, imponiéndose por primera vez en el paisaje; o el del maestro sufí Ibn Qasi, fundador del ribat de Arrifana, en Aljezur. Pero sobre todo conoce el mar, las plantas, los acantilados y el campo de la Costa Vicentina. Además de guía es percebeiro, agricultor, arquitecto paisajista y un defensor de este entorno y de la Naturaleza. También es una de las personas implicadas en el proyecto de la Ruta Vicentina, un itinerario de reciente creación pero de gran éxito. Mientras recorremos parte de esa ruta, descubrimos con él la peculiar flora con especies endémicas como un tomillo y una jara, entre otros muchos; los exitosos proyectos de reintroducción de especies animales que antes habitaban estas costas salvajes, como el águila pescadora; y el apasionante pasado geológico que ha dado lugar a estos acantilados donde, el ojo experto puede leer la historia remota de nuestro planeta. Más cercana en el tiempo está la anécdota que Nicolau me cuenta, ya de vuelta hacia el faro del Cabo de San Vicente, cuando encaramos una pequeña carretera de asfalto desgastado (más por el tórrido sol y el viento salino que por el tránsito de vehículos) que se pierde en línea recta en el horizonte: en la Segunda Guerra Mundial, los alemanes la utilizaban como pista de despegue y aterrizaje.
 

Intenso y slow

Uno tiene la sensación de que aquí el tiempo pasa más despacio y de que todo se vive de manera intensa, hasta el mínimo acto cotidiano. Creo que es la impronta común de los pueblos, de los lugares auténticos, de los lugares donde parece que no pasa nada pero donde cada calle, cada fachada y cada mirada despreocupada de sus habitantes parece albergar la Historia entera y nos sacude por dentro sin llegar a entender muy bien qué diantres está pasando. Sí, tienen algo de irreal estos paisajes y estos pueblos vicentinos pintados de blanco, añil y amarillo en los que viento y sol no descansan. Vila do Bispo es uno de ellos. Es conocido por sus percebes (tiene hasta un festival dedicado a este crustáceo) y dicen que cuando visitas esta parte de Portugal es obligatorio venir hasta aquí para comerlos. Pero nosotros nos hemos saltado a la torera ese principio para probar la cocina del chef José Pinheiro en Eira do Mel, una antigua casa de labor situada a las afueras del pueblo (donde estaban las eras), convertida en un restaurante que sigue los preceptos y filosofía del slow food. La cataplana y la cocina al vapor son una de las vedettes de este establecimiento. Podríamos añadir otra: la batata doce. Pinheiro fue de los primeros en sustituir en las recetas tradicionales la patata por el boniato (batata doce), que por esta zona tiene su propia IGP, y el resultado es espectacular (probad la cataplana de pulpo con boniato y  veréis que tenemos razón al afirmarlo).

Desde el restaurante sale el camino hacia las playas do Castelejo y Cordoama. Todas son grandiosas pero esta última deja sin palabras. El enorme arenal rojizo continúa más allá de donde alcanza la vista, confundiéndose en la neblina que desdibuja los acantilados de pizarra. Las olas que se forman aquí hacen de ella uno de los lugares preferidos de los surferos, y las vistas desde la parte de arriba de los acantilados, una de las zonas predilectas por Nídia Barata para realizar sus rutas a caballo. Nídia dirige la empresa Equivicentinos y su propuesta consiste en dar a conocer la naturaleza, el Parque Natural, el territorio y su forma de vida recorriéndolo a lomos de caballo.

No muy lejos de aquí, en el pueblo de Pedralva, son burros en lugar de caballos los que se prestan a llevar a cuestas a los más pequeños. En esta aldea vivían unas cien personas pero, como ha ocurrido en muchos otros sitios, la emigración de sus habitantes en busca de un mejor sustento de vida la llevó al abandono y a la ruina. Cuando António Ferreira recaló en el pueblo buscando una casa para comprar solo quedaban nueve vecinos. Las vidas de Isilda, Joao, Paula, Arménio, Fernando, Cesaltina, Rui, Manuel y Casinhas cambiarían tanto como la de António que decidió comprar las casas abandonadas para dar vida de nuevo a esta aldea y convertirla en un “hotel”. El proyecto salió adelante: se han restaurado las viviendas y las calles, reproduciendo lo más fielmente posible el ambiente rural, tanto en el exterior como en el interior, y el pueblo ha renacido como un particular complejo turístico en el que disfrutar de aquellas cosas que parece que tengamos olvidadas: una noche de estrellas y silencio, las charlas entre vecinos a mediodía o al anochecer, los paseos por el campo… y hasta es un buen momento para desengancharse de la creciente adicción a los móviles porque aquí solo hay cobertura en la cafetería del pueblo...

A beautiful day

Ha llegado el momento de probar cómo de patosos o de habilidosos somos sobre una tabla de surf. Y la cita es en la playa de Arrifana, en Aljezur. A primera hora de la mañana comienza la peregrinación de los surferos con sus tablas bajo el brazo o sobre la cabeza, bajando la cuesta en zigzag que conduce hasta esta enorme playa, algo más resguardada que otras y con unas condiciones perfectas para practicar surf y para que los principiantes se pongan manos a la obra. Por eso la eligen muchas de las escuelas que ofertan cursos, como la que fundó Peer Hartman, Algarve Adventure. Hugo y Vicente, que trabajan con él, son los profesores hoy. Vicente es español y llegó aquí después de haber vivido en Australia, buscando un lugar cercano a España donde disfrutar del surf durante todo el año. Y es que esto de jugar con el mar subido en una tabla engancha, como comprobaremos según vaya avanzando la clase, que combina la teoría en la arena y la práctica en el agua, claro. Equilibrio, coordinación y saber “leer las olas” son los tres factores claves para lograr ponerse de pie. Claro que también hace falta un poquito de osadía (e incluso de locura) para lanzarse a este mar poderoso. Pero sí, la sensación es indescriptible y engancha, así que, si os animáis, ¡preparaos para soltar adrenalina y disfrutar!

Con Hugo nos vamos por la tarde de ruta BBT. Aljezur y sus alrededores, en plena sierra del Parque Natural, es el lugar perfecto para este tipo de actividades. Encontraremos caminos intrincados o sendas que atraviesan paisajes bucólicos de alcornocales o que discurren junto a la ribera de un río. Surgen huertas y campos de cultivo entre estos montes. Aunque no pueda compararse con tiempos pasados, la vida de las personas que habitan estas pequeñas aldeas no es fácil, aunque sí tremendamente cautivadora, profunda, auténtica, sin artificios... y eso es envidiable. ¿A qué o a cuánto estamos dispuestos a renunciar por tener una vida así? Todo es cuestión de prioridades, claro, pero seguramente seríamos bastante felices. Hugo es un buen ejemplo: dejó Lisboa para venirse hasta este rincón de Portugal, “y me pagan por hacer surf y por ir en bici”, dice riendo. En esas diatribas dialécticas y filosóficas nos hemos embarcado mientras seguimos pedaleando y haciendo alguna parada, bien para descansar, bien para disfrutar de la belleza de lo que se va presentando delante. Y, al cabo de un rato llegamos a Odeceixe, el límite con el Alentejo. Hugo me cuenta cómo era este lugar cuando él era pequeño y veraneaba aquí. En realidad no ha cambiado tanto y sigue conservando mucho encanto. En este lugar desemboca el río Ceixe formando una peculiar playa que de un lado da al río y de otro al mar. Los acantilados aportan el toque final al entorno que, por su belleza, ha sido considerado como una de las siete maravillas de Portugal.

Uno no se cansa nunca de mirar este panorama y cuando vuelvo a subir a la bici para continuar el camino me doy cuenta de que llevo una sonrisa de oreja a oreja y que, aunque estoy ya un poco fatigado, me ha venido a la mente una canción de Tim McMorris que habla de lo maravillosa que es la vida, de sentirse bien cuando brilla el sol y sopla el viento, y cuyo estribillo pegadizo no se me va de la cabeza: “and it’s a beautiful day, hehehehehe, hehehe, it’s a beautiful day…”

 

Texto y fotos: Editorial Viajeros

Las escapadas al campo no tenemos por qué posponerlas hasta la primavera ya que determinados espectáculos se adelantan para hacernos más liviano el invierno. Nuestra actual propuesta es aprovechar el primer fin de semana libre para viajar al sur de Portugal, al Algarve, para disfrutar de uno de los espectáculos naturales más llamativos, la floración de los almendros.

Texto y fotos: Editorial Viajeros

Las propuestas que el Algarve nos ofrece durante todo el año se multiplican en otoño. En Portimão tendremos la oportunidad de disfrutar de carreras de automóviles, exhibiciones relacionadas con el mundo del motor y actividades para toda la familia.

Más experiencias seleccionadas para ti