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SUIZA URBANA. Zurich, Berna y Friburgo

No he oído hablar de Heidi, ni he comido queso, ni siquiera he practicado senderismo. Tampoco estoy loca. Esta vez he visitado Suiza para descubrir su lado más urbano, sorprenderme con el latido de sus tiendas, con el trasiego de sus calles y sus museos. Las fachadas medievales y los tejados a dos aguas seguirán acompañándome en mi camino conformando unos cascos históricos que parecen haber salido de un cuento.

Antiguas estructuras juegan con las más novedosas para deleitarnos en Friburgo, Berna y Zurich.

Estaba cansada pero entusiasmada al mismo tiempo. Con los ojos de quien ha dormido poco debido a la emoción de la preparación de un viaje a un país del que tantas veces había oído hablar. Sí, mis abuelos, como tantos otros españoles, italianos y portugueses, decidieron cerrar las puertas de sus austeras casas natales e ir en busca de una nueva vida, más próspera, en la idílica Suiza allá en los años 60. En su mente se creó una imagen de una sociedad abierta con la influencia de los países colindantes (Alemania, Francia e Italia), evolucionada y con una calidad de vida envidiable, donde cientos de industrias daban trabajo a todo el que llegaba; no se olvidaban tampoco de la posibilidad de aprender un nuevo idioma (en sus 40.000 kilómetros cuadrados se hablan cuatro: alemán, francés, italiano y retorrománico).

Un rincón de grandes edificios y casitas oníricas –como de chocolate–, paisajes impresionantemente verdes y un aire puro. Ellos no se equivocaron, al igual que todos aquellos que elijáis este destino para vuestras vacaciones. Porque, aunque las industrias se hayan desmantelado en su mayoría, todas las demás características siguen siendo sus estandartes. Para esta escapada hemos elegido Zurich, Berna y Friburgo; tres lugares marcados por una personalidad defensiva y señorial durante el Medievo, el espíritu abierto que favorece el uso de varias lenguas y una atmósfera romántica y melancólica que lleva tus pies hacia todos los rincones.

Zurich, la capital secreta

Ya me encontraba abrumada cuando salí de la estación. Un tranvía, dos, otros tantos en dirección opuesta; bicicletas raudas buscando espacio; los raíles en el suelo y varios coches pasando sobre ellos. Paré, alcé la vista y vislumbré bajo el cálido sol estival el curso de un río escorado por un escenario armonioso formado por casas bajas de cuidados tejados, unos afrancesados y otros a dos aguas. El río Limmat se encuentra enclavado en un gran valle donde los Alpes sirven de eternos guardianes. Me aventuré a acercarme a un paso de cebra y me sorprendí: los autos pararon, las bicicletas frenaron y los otros medios de transporte dejaron de representar un peligro. “No estoy acostumbrada a esta deferencia en mi país” pensé.

A mis espaldas el Landesmuseum, un edificio construido a semejanza de un castillo en el siglo XIX por Gustav Gull y que hoy alberga el Museo Nacional de Suiza. Aquí puedes contemplar una original mezcla de estilos y conocer todo sobre la cultura del país desde sus inicios hasta hoy. Al fondo, las torres y campanarios protagonizaban las vistas hacia el casco histórico. La Iglesia de San Pedro, a un lado, con su torre gótica, afilada cúpula y el gran reloj plasmado en una de sus caras; en frente, se ubica la de Grossmünster, levantada en el s.XII, con sus dos torreones gemelos y las curiosas vidrieras realizadas en 2009 por el artista contemporáneo Sigmar Polke. Y es que aquí saben cómo encontrarle el atractivo a los contrastes: unos vidrios transgresores con un gusto que lejos queda de los tiempo de Konrad Witz, pintor suizo gótico tardío, se mezclan en su interior. Esta tendencia también la observamos en el Fraumünster que posee cinco ventanas policromadas decoradas por uno de los mejores representante del surrealismo: Marc Chagall.


Todas estas edificaciones que se pelean por alcanzar el punto más alto clavando estacas a los cielos zuriqueses se encuentran en el centro histórico. Aquí, y a ambos márgenes del río, las coquetas calles estrechas, las tiendas alimenticias artesanales, las cafeterías antiguas y los más viejos cafés se pierden y se perfilan como lugares ideales para vagabundear. Se trata del barrio de Niederdof, ese donde querrás quedarte a vivir.


Calidad de vida en el lago

Si sigues la ribera del paso fluvial llegarás al gran Lago de Zurich. No se trata precisamente de un estanque, sino de cuarenta kilómetros de largo y tres en su parte más ancha alrededor del cual playas artificiales, senderos señalizados para bicicleta y senderismo, parques, piscinas artificiales y otras pequeñas poblaciones lo rodean. Los barcos que lo navegan forman parte de la red de transportes (que, por cierto, es conocida por ser la mejor de Europa) y, si el tiempo acompaña, no tiene precio disfrutar en sus cubiertas de una perspectiva de la gran urbe y de sus aledaños.

 


Todo muy bonito, pero ¿dónde está el lujo que se supone que existe en esta ciudad? No os impacientéis que a eso me disponía ahora. La calle Bahnhofstrasse, que ocupa el trazado de la antigua muralla, es el epicentro comercial. Las marcas de alta gama se dan el relevo una detrás de otra y las mujeres con tacones de aguja y vestidos de alta costura, que llevan cinco bolsas de Louis Vuitton y tres de Channel, frecuentan sus aceras. Dicen que es una de las calles más caras del mundo, tras la Quinta Avenida neoyorquina y Los Campos Elíseos parisinos.

De barrio industrial al más trendy

Este es el lado tradicional de la urbe y Zurich también ha querido innovar y añadir un toque transgresor y moderno. Para ello se ha servido del antiguo barrio industrial –ahí donde miles de personas vinieron a trabajar y principal motor económico del país en los años 60,70 y 80–. Desde 1991 lleva a cabo un lavado de cara donde las viejas fábricas ahora ya no producen motores, jabones, cerveza o turbinas; más bien, hacen sonar las músicas más novedosas, ofrecen los mejores cócteles y menús en ambientes sofisticados y venden lo último en ropa y complementos. Restaurantes como Salle Restaurant AG, museos de arte contemporáneo como el Kunsthalle, tiendas con una arquitectura única –superposición de containers de los camiones– como Frietag –con sus bolsas únicas hechas con la lona impermeable que cubre los trailers–, mercados –muy similar al madrileño de Fuencarral– como el que recorre los bajos del Viadukt- Bogen, por donde en tiempos pasados cruzaba el tren de mercancías, o brillantes lofts que provocan una envidia casi insoportable. El quarter está consiguiendo lo que quería y de una zona gris y sin vida ha pasado a ser el preferido de la gente joven.

 


Berna, la verdadera capital

Sí, aunque a muchos os cueste creerlo (tendréis que revisar vuestros conocimientos de Geografía), Berna es la verdadera capital del país. Consiste en una agradable localidad, no muy grande sumergida en la Naturaleza. El río Aare o Aar, de un color turquesa y una limpieza sorprendente, es el que servía de fortaleza natural y separaba la ciudad medieval de los agresores. Aunque la población se haya expandido hoy más allá, el casco histórico continúa conservando todo el encanto de la Edad Media ya que en 1405 sufrió un incendio que obligó a reconstruir todo el trazado con lo que hoy le ha valido ser declarado por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. La elegante Torre del Reloj, que ostenta un monumental instrumento astronómico, con información sobre las horas, la fecha, el sol, la luna, los signos del zodíaco... y diferentes figuras dotadas de movimiento, es prueba del esplendor que vivió la localidad.

Respondiendo a su relación con los osos –no sólo en el nombre, sino también en su escudo– desde hace un año ha habilitado una nueva zona verde para que cuatro  ejemplares vivan en un ambiente apropiado. Se trata del Parque del Oso, 6.000 metros cuadrados debidamente protegidos que permiten a los visitantes contemplarlos en  estado de “más o menos” semilibertad.

Culturalmente, hay que saber que importantes personalidades han dejado su huella en la ciudad. Así, Einstein y Paul Klee que vivieron en la zona, han servido como excusa para levantar dos museos de ambas personalidades. El primer personaje nos ha dejado el Einstein Museum, además de la casa donde pasó parte de su vida. Grabaciones, escritos y diverso material audiovisual repasan la vida del inventor de la Teoría de la Relatividad. El segundo ha sido el motivo principal del Zentrum Paul Klee, un original y luminoso edificio que recrea tres colinas de acero y cristal y busca mostrar la trayectoria de este artista interdisciplinar.

El encanto de Berna reside, además, en la facilidad de cambiar de aires, tan pronto estás en la vía principal con multitud de tiendas a ambos lados, como te encuentras en una de las laderas de la montaña practicando trekking o descendiendo el río practicando rafting  –esta es una de las actividades favoritas de los bernineses en la época estival–.
 

Entre el río y la montaña: Friburgo

¿Cómo calificarías una ciudad con casas medievales y renacentistas perfectamente conservadas colgando en la ladera de una montaña y atravesada por aguas de color esmeralda?, ¿Y si a esto añadimos grandes montañas cuando la avistamos desde las alturas, junto a unos largos puentes suspendidos? Pues así daríamos las primeras pinceladas de Friburgo.

Continuaríamos hablando del contraste entre unas callejuelas de una localidad aparentemente anodina y el precipicio que rompe en dos el discurso de la misma y que abre una panorámica entrecortante. Prueba de las diferentes alturas sobre las que se aposenta la urbe es el funicular –debidamente rehabilitado a imagen y semejanza del que existía en la antigüedad– que te acerca a la Ciudad Vieja. Aquí las pasarelas y las flores se intercalan para darle ese toque onírico que no te abandonará durante tu descubrimiento del enclave.


Como contrapunto a este aspecto señorial y tradicional nos encontramos el espacio Jean Tinguely. Un lugar donde el arte y el sueño se mezclan debido a sus obras y a las de su mujer. Si bien su obra merece todo tipo de valoraciones –algunos lo comparan con los objetos de las peores pesadillas–, lo cierto es que consigue dejarte sin habla durante unos minutos.

 

El tiempo justo para comprender una vez más que lo pequeño no se riñe con lo valioso porque Suiza, en reducidas proporciones, te ofrece todo lo que puedes desear en una escapada: un lugar cosmopolita con gente hospitalaria y con mucho estilo, centros lúdicos de última generación, enclaves rodeados de naturaleza y cascos históricos de película. ¿Se te ocurre un lugar mejor?

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