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ALMERÍA. Sierra de los Filabres

De estas montañas del noroeste de Almería salió el mármol de la Alhambra y el de la Mezquita. Al sur, el desierto de Tabernas, escenario de cien westerns. Al norte, el valle del Almanzora y sus blancos pueblos de estirpe morisca: Serón, Bacares, Bayarque... Hay una vía verde por donde anduvo un tren minero y un telescopio en la cima, el mayor de Europa.

Mucha gente cree que en Almería no hay más que playas desiertas y desiertos a secas, porque eso es lo que se ha visto siempre en las postales, en la tele y en el cine

Pero la Almería real, la que se puede tocar y caminar, está en gran parte ocupada por sierras de más de 2.000 metros, con alegres ríos, pinares y nieves que llegan por la cintura. Sierras como la de los Filabres, un ramal de la Penibética que se adentra 50 km en la provincia, por el noroeste, separando el Desierto de Tabernas del valle del Río Almanzora, el cual, comparado con el anterior, es de un verde insultante, casi asturiano.

En un estribo norteño de la sierra, dominando los verdores hortofrutícolas del Valle Alto del Almanzora, se yergue Serón, pueblo de los más bellos de la zona, aunque no de los más cómodos, pues sus calles son empinadas como trampolines de esquí. Sobre el blanco caserío descuella el castillo, para ganar el cual, cuando la rebelión morisca, Juan de Austria pasó las de Caín, viendo a sus tropas huir en desbandada y morir al que fue su ayo, Luis Quijada. Trepando por las difíciles cuestas peatonales de Serón, se nos despierta un hambre canina, no por el ejercicio, sino por los secaderos donde los jamones se curan al aire fragante a pino y a tomillo, y una compasión también enorme, no por don Juan, que andaba a caballo, sino por el pobre repartidor de butano. Claro que, según nos cuentan los vecinos, peor era el trabajo en las minas de hierro. Dos horas tardaban los hombres de Serón en subir a pie al tajo de Las Menas, a diez kilómetros del pueblo y a 700 metros más de altura, y otras dos en bajar, a veces con la nieve por el ombligo, después de pasarse el día arrancando el hierro de las entrañas del monte. Todo ello por un jornal que, a mediados del siglo pasado, rondaba las ocho pesetas, lo que no daba para comprar más que un kilo de arroz. El periódico (50 céntimos), para un minero de Serón, era un lujo inconcebible, como el caviar de beluga.

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Visita a un poblado minero fantasma

Dos carreteras distintas –la nueva, excelente, y la vieja, muy bonita y sugerente, pero hecha cisco– ascienden del pueblo vivo de Serón al poblado fantasma de Las Menas. Este enclave, surgido a finales del siglo XIX al arrimo de los criaderos más ricos, llegó a albergar a 2.500 personas en su época de mayor esplendor y a ser el centro comercial y de servicios de la comarca. Había hospital, viviendas para directivos y trabajadores, residencia de solteros, oficinas, central eléctrica, talleres de forja y carpintería, economato, panadería, casino, cuartel de la Guardia Civil, capilla e incluso plaza de toros. Pero llegó un día, en 1968, en que el hierro de los Filabres dejó de ser rentable, los pozos cerraron y la localidad se despobló. Tras cuatro décadas de abandono y de rudo clima montano, hoy es un escalofriante páramo marciano, lleno de cráteres, rocas oxidadas y chatarra de un mundo que se antoja infinitamente lejano.

No todo se ha perdido en Las Menas, sin embargo. Un plan promovido por la Junta de Andalucía ha permitido frenar la destrucción y rescatar viejas edificaciones para ofrecer alojamiento al viajero y saciar su curiosidad. Son arquitecturas de estilo centroeuropeo, que se hicieron al gusto de los jefes (o de sus esposas, que tanto monta) de las empresas mineras: la holandesa W. H. Müller, la inglesa The Bacares Iron Ore Mines y la belga Compagnie des Mines et Chemins de Fer Bacares-Almería. La más llamativa es la ermita de Santa Bárbara, erigida en 1911 en honor de la patrona de los mineros, cuya torre rematada por una fina aguja octogonal da un inesperado aire tirolés a estas montañas almerienses. Desde luego, no es el decorado que uno esperaría ver en un vídeo de Bisbal. Para mayor exotismo, en una placa de hierro instalada tras la última restauración aparece escrito “hermita”, con hache de hermitage.

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El mayor telescopio del continente europeo

Todavía nos aguarda una arquitectura más alta y exótica: la del observatorio astronómico hispano-alemán de Calar Alto, cuyas cúpulas relucientes se levantan desde 1973 en la cúspide de la sierra, a 2.168 metros sobre el nivel del mar. Aquí, con cita previa, podemos ver el mayor telescopio de Europa continental y, sin cita, pero con permiso de las nubes, un paisaje enorme, especialmente bello hacia el Sur, donde la mirada abarca desde Sierra Nevada hasta el Mediterráneo, pasando por el campo de Tabernas. Pocos miradores habrá en el mundo que dominen, como éste, el mar, el desierto y la alta montaña. Y, encima, las estrellas.

Al bajar de la cumbre, en lugar de volver por Las Menas y por Serón, tiramos hacia Bacares, que es el segundo pueblo más elevado de la provincia (1.213 metros) y, según anuncia un cartel en la plaza, la perla escondida de la Sierra de los Filabres, una joya partida en dos por el Río del Medio: a un lado, la iglesia mudéjar; al otro, el castillo. Por este camino descubrimos también Bayarque, una preciosa aldea moruna que fue del marqués de Villena, rodeada de montes de almendros y olivos, con un cementerio en lo más alto, pulcro y panorámico, donde casi dan ganas de estar enterrado.

Ya en el fondo del valle, seguimos al Río Almanzora por Tíjola, la villa de las diez ermitas, y por Armuña, la de los cien huertos, y nos plantamos en Purchena. La escultura de un arquero, en mármol blanco, levantada en el año 2000 junto al puente que da acceso a esta localidad evoca las curiosas olimpiadas que aquí organizó en septiembre de 1569 el caudillo morisco Abén Humeya, las cuales incluían pruebas físicas (lanzamiento de peso, velocidad, salto de longitud, tiro con arco y con honda...) y otras más espirituales, como aquélla en que se premiaba “al que mejor y más gallardamente dançase la zambra con una bella mora”. Unos juegos que, con ligeras modificaciones, fueron recuperados en 1993, y han sido declarados de Interés Turístico Nacional. Los Juegos Moriscos de Abén Humeya, que así se llaman, se desarrollan el último fin de semana de julio e incluyen, además de las competiciones de veloces y forzudos, concursos de danza y canto, un zoco artesanal, talleres y una muestra de cocina magrebí y andaluza.

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El oro blanco de Macael

En Olula del Río nos despedimos de éste (del Almanzora) para subir a Macael, lugar famoso desde antaño por su mármol, el oro blanco de la Sierra de los Filabres, con el que se han vestido edificios tan importantes como la Alhambra de Granada, la Alcazaba almeriense, la Mezquita de Córdoba, los castillos renacentistas de Vélez Blanco (Almería) y de La Calahorra (Granada), el Monasterio de El Escorial, el madrileño Palacio Real y, por poner un ejemplo más actual, las torres de la Ciudad Deportiva del Real Madrid. A ambos lados de la carretera vemos montañas seccionadas de arriba abajo, llenas de vertiginosos escalones y cortes cúbicos, como piezas de un Lego para niños gigantes. Para contemplarlas mejor, con más calma que al volante, tenemos el Mirador de las Canteras, obra de acero corten y madera de los arquitectos Noemí Lorenzo Martínez y Miguel Rodríguez López que domina desde sus 960 metros de altura (400 por encima del casco urbano) esta Babel de mármol, que es al mismo tiempo tan antigua y tan moderna, tan sugestiva y tan fea, tan lógica y tan poco ecológica.
 

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los pueblos del lejano oeste

Por la misma carretera que hemos subido a Macael, la A-349, continuamos nuestro viaje atravesando la divisoria de la sierra por el Collado García (1.247 metros) y dejando a una y otra mano los deslumbrantes caseríos de Senés y de Tahal. Al final de esta solitaria carretera está Tabernas. Sobre ella, la ruina del castillo donde El Zagal entregó a los Reyes Católicos la ciudad de Almería. Y al lado de Tabernas, camino de la capital, el único desierto de Europa, un páramo lunar que el sol golpea 3.000 horas al año, salpicado de torreones grises, cárcavas desgarradas, mesas peladas y decorados donde se rodaron cientos de spaghetti westerns.

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El contraste con la sierra que acabamos de dejar a nuestra espalda es tan evidente que no necesita comentarios.

De todos los decorados cinematográficos que salpican el Desierto de Tabernas, el más famoso y entretenido de visitar es el antiguo Mini-Hollywood, hoy Parque Temático del Desierto de Tabernas Oasys, que el director italiano Sergio Leone construyó para rodar La muerte tenía un precio (1965). Todos los días los especialistas organizan en sus calles polvorientas una tremenda ensalada de tiros, puñetazos, galopadas, batacazos y ahorcamientos, con la banda sonora de El bueno, el feo y el malo atronando por la megafonía. Cuenta con un Museo de Cine, lleno de afiches y viejos proyectores, y con otro de Carros, con diligencias y calesas que han honrado traseros tan magros e ilustres como los de Gary Cooper y Clint Eastwood. El parque se encuentra a siete kilómetros de Tabernas, muy cerca de la salida 376 de la autovía A-92 (Almería-Guadix).

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