De todo Andalucía me quedo con este caramelo, con Granada. Un dulce de calles estrechas envuelto en una atmósfera misteriosa y melancólica creada a través de los siglos por la confluencia de culturas. Granada, donde el té con menta se mezcla con las cañas nocturnas, donde el lujo de las salas de La Alhambra no eclipsa la majestuosa Catedral renacentista.
El vértigo no se siente solo ante el vacío: también puede llegar cuando el espacio se colma, cuando diferentes aspectos de una misma idea comienzan a enlazarse y toma forma y crece y se ilumina. Entonces es un sentimiento distinto, placentero, complaciente, gozoso… Estas cavilaciones me entretienen al final de mi viaje a Granada, mientras descanso en una plazuela del Albaicín mirando el estanque de una pequeña fuente. El agua ha sido, precisamente, la que ha ido guiando mis pasos, mis idas y venidas por la ciudad.