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VIAJES. El Salvador. Volcanes, surf y arte precolombino

Las pequeñas dimensiones de El Salvador no guardan relación con todo lo que encierra. Basta una mirada para percibir el espíritu hospitalario de sus gentes, una geografía que oculta rincones de gran belleza y una seguridad cada día mayor.

 

Las pequeñas dimensiones de El Salvador no guardan relación con todo lo que encierra. Basta una mirada para percibir el espíritu hospitalario de sus gentes, una geografía que oculta rincones de gran belleza y una seguridad cada día mayor.

Texto: Valentín Rodríguez  Fotos: V. Rodríguez/ Cata/ Corsatur (actualizado 15 julio 2017)

La Ruta Azul

Cuentan que El Salvador fue el principal productor de añil del Reino de Guatemala durante la etapa colonial. La época de esplendor de esta particular industria se dio en el siglo XVII, aunque luego fue perdiendo auge con el descubrimiento de los colorantes sintéticos en Europa. En el Nuevo Mundo, el color azul era utilizado por los indígenas de Mesoamérica para teñir las vestimentas sacerdotales y de los nobles. Se extraía de una planta conocida con el nombre de xiquilite. Hoy, el índigo azul maya sigue siendo muy demandado por su excelente pigmentación y sus propiedades de resistencia a la luz y al calor. Todavía hay fincas donde se elabora este colorante natural, algunas de la cuales están abiertas al turismo. Forman parte de un itinerario turístico, la Ruta Azul, que muestra el pasado y el presente de esta industria, y donde se aprende desde aspectos sobre botánica, historia, artesanía e industria.

Buscando la ola

Sí, El Salvador es un destino surfero. El azul grisáceo del Pacífico se mezcla con las arenas doradas y negras de los más de 300 kilómetros de playas con los que cuenta. Entre ellas, la de El Sunzal y La Paz están consideradas como dos de las mejores del mundo para practicar surf y son algunos de los lugares hasta los que llegan los amantes de este deporte con el fin de desafiar las temibles olas. Pero esta costa también abriga escenarios más calmados, ideales para el baño; bahías y playas de cálidas aguas, mar apacible y pequeñas olas de espuma blanca. Todas ellas poseen excelentes vías de comunicación y carreteras señalizadas y asfaltadas.

La oferta gastronómica en el cordón playero es abundante y variada, con productos frescos del mar como ostras, langostas, camarones, pulpos, calamares y todo tipo de pescado.

 

Volcanes y café

Esta también es tierra de volcanes. Muchos de los que adornan su geografía se levantan desafiantes y silenciosos, aunque algunos de ellos tienen una marcada historia de erupciones que hacen de la ruta que se adentra por este territorio una aventura emocionante.

El complejo de volcanes en Sonsonate es uno de los más atractivos y mejor preparados para el turismo. Un guía local puede conducirnos hasta el Cerro Verde, que se levanta a más de dos mil metros sobre el nivel del mar. En su entorno, un parque natural dotado de una adecuada logística brinda a los visitantes la posibilidad de hacer caminatas hasta el mismo cráter, una enorme boca de 300 metros de circunferencia y 100 de profundidad.

En ese mismo parque se puede visitar la finca Nuevos Horizontes para probar el “néctar negro de los dioses blancos”. Hablamos del café, claro. Aquí podemos seguir el proceso de recolección y elaboración del café, combinando esta actividad con otras de turismo activo: rápel, escalada, bici de montaña o barranquismo. Desde cualquier punto, las espectaculares panorámicas hacia el Pacífico aportan el lado de relax mientras disfrutamos del aroma y el sabor de un café.

Esos bosques cafeteros guardan también un amplio corredor que atraviesa casi todo el país y que se conoce como la Ruta de las Flores. Algunas de las localidades que encontramos en este recorrido son Nahuizalco, Juayùa, Salcoatlán, Apaneca y Ataco, donde cultura, historia y gastronomía se enlazan de manera particular, y donde podemos conocer el trabajo de las fibras naturales como la madera, el mimbre y tule.

 

La bahía de Jiquilisco

La última parte de este viaje nos lleva a la Marina Barillas en el sur del país. Se trata de un moderno club hotelero y náutico, en la bahía de Jiquilisco, donde se asientan 27 pequeñas islas dentro de un área natural protegida. Una de las actividades más demandadas es la excursión en barca, que ofrece un espectáculo único, pues a la belleza del entorno se suma el avistamiento de fauna (como enormes tortugas) o las puestas de sol desde el agua, mientras regresamos al hotel. 

 

 

Aún siendo un país pequeño, El Salvador ofrece un amplio abanico de posibilidades para todos los gustos, ya sea para quien prefiera distancias cortas, naturaleza, historia, cultura, arqueología, aventura, gastronomía, confortables alojamientos... Viajar a este país de Centroamérica será una ocasión especial para alejarse del bullicio de las ciudades y del estrés citadino y disfrutar con toda la plenitud de unas vacaciones inolvidables.


Más información en http://www.mitur.gob.sv/ (página en renovación actualmente)

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