Estamos ante un artesano embarcado en muchos proyectos a lavez, todos marcados por una calidad y preciosismo sin igual. Lleva el don de la ubicuidad hasta para idear en el remanso de sus días dos o tres conceptos diferentes que luego moldea con sus manos buscando el acabado perfecto de quien asume el arte con sentido de futuro.
Tiene un estilo propio: el de los humidores coloniales, una línea asociada a su más sublime distracción que es andar y desandar por calles adoquinadas y disfrutar la arquitectura de majestuosos edificios patrimoniales de cualquier parte de Cuba, los cuales se ha empeñado reproducir en esos estuches para conservar tabaco que él fabrica.
Cuenta que su residencia, la finca La Coca, es el lugar ideal para crear. La paz y el silencio entre los arbustos inspiran los tantos diseños multiplicados allí mismo, en cientos de humidores celosamente clasificados, y ubicados en los anaqueles y estantes de sus talleres y almacenes, siguiendo los criterios internacionales de conservación y perdurabilidad.
Le acompañan jóvenes atraídos por la motivación de aprender uno de los más antiguos y exigentes oficios, donde el tacto, la exactitud, la concentración, limpieza y estricta meticulosidad dan forma con las manos a verdaderas obras de arte.
Sus tantos premios, desde que debutó en 1995 con el de la UNESCO durante la Feria Internacional de Artesanía (FIART), avalan el andar de este hombre modesto, sencillo y humilde por las artes plásticas, el diseño mecánico, la carpintería, la construcción civil y el moldeado en cerámica; entre todos una suma de saberes que hoy le definen la madurez profesional.