Situada al norte del archipiélago, próxima a las corrientes del sáhara, pequeña, ventosa y, ante todo, volcánica, la isla le debe a su origen geológico todo el peso de su carácter.
Lanzarote todo el año.
Lanzarote volcánico, Lanzarote rural, Lanzarote turístico todo el año. Lava por todas partes, pueblos de un blanco brillante que daña la vista. Definida por su capacidad para sorprenderte. Rara y fascinante, la isla vive sumida en la ebullición de su propio paisaje.
El sur de la isla abre ante la vista vastas extensiones de tierra plana en las que aparentemente no hay nada más que indicaciones en la carretera y mar a ambos costados. Pero las sorpresas se encuentran en el litoral. Desde Playa Blanca, población asomada a la costa sur en la que abundan los complejos turísticos preferidos por los extranjeros, se puede acceder al desvío que lleva a Punta Papagayo. Nada más adentrarse en el Monumento Natural de los Ajaches, la soledad de los caminos de tierra evoca la imagen de cualquier lugar perdido del desierto de Arizona. A pocos kilómetros se encuentra un conjunto de acantilados y playas protegidos del viento por el parapeto que conforman las montañas no muy lejanas.
Avanzando hacia el norte por la carretera que lleva a Yaiza, salen al paso una serie de puntos de interés en la costa suroeste. Las Salinas de Janubio, lago natural del que se obtenía sal para abastecer a los barcos pesqueros, dibuja un curioso paisaje oponiendo los tonos blanquecinos de su cuadrícula al azul profundo del mar. El camino que conduce hacia el norte por la costa sorprende poco más adelante con el espectáculo del agua rompiendo con estremecedora fuerza en Los Hervideros, unas solidificaciones de lava que forman galerías y toberas por las que el agua circula llegando a la superficie en chorros, cuando la marea está alta. Como colofón del recorrido por un litoral de gran interés geológico arribamos a El Golfo, cuyo acantilado acoge un cráter en el que el agua almacenada ha dado lugar al llamado Charco de los Clicos, una laguna verde esmeralda que contrasta con las negras arenas de la playa de El Golfo.
Las Salinas de Janubio
Desde el pueblo de Yaiza, tranquilo e impoluto, parte la vía que atraviesa la región vinícola de La Geria, uno de los parajes más llamativos de Lanzarote. En las extensiones negras donde sólo cabría esperar la subsistencia de cactus y tabaibas, el ingenio agrícola de los campesinos isleños ha inventado un sistema de cultivo que aprovecha los nutrientes de las cenizas volcánicas, y ha conseguido crear un paisaje único que sobrecoge con la belleza surgida del esfuerzo y la necesidad. Las vides, higueras y árboles frutales que crecen en La Geria están plantados en pequeñas cavidades cónicas excavadas en la tierra, y protegidos del viento por muretes de piedra volcánica, dibujando una sucesión infinita de medias lunas que se extiende hasta las laderas de las montañas.
Cultivo de vides en La Geria.
El esfuerzo agrícola ha conseguido obtener vida de la lava en La Geria, uno de los parajes más insólitos de la isla.
Siguiendo hacia el norte, es parada imprescindible la villa de Teguise, la que fuera capital de la isla hasta el siglo XIX. Lo que hoy percibimos como una pequeña población fue antaño una próspera ciudad asediada por los piratas que envidiaban sus riquezas. El Teguise actual, elevado sobre el antigua asentamiento de Acatife, toma su nombre de la hija del jefe Guadarfia, emparentada con el aventurero francés Jean de Bethencourt. El auge que experimentó Teguise cuando llegó a ser una de las ciudades de mayor influencia de todo el archipiélago canario, puede contemplarse hoy en la nobleza de sus calles, a las que se asoman los conventos de Santo Domingo y de San Francisco, la ermita de la Veracruz, la iglesia de Guadalupe o los palacios Spínola y Marqués de Herrera y Rojas, convertido en un coqueto restaurante.
Playa Mayor de Teguise
Desde Teguise la ruta continua hacia el norte pasando por Haría, pueblo acunado en un valle repentinamente verde, cuya estampa salpicada de palmeras nos trae al recuerdo la clásica imagen de un oasis. Al oeste de Haría se hallan los acantilados de Famara, un punto privilegiado para contemplar el archipiélago de Chinijo, formado por varias islas, entre ellas La Graciosa. Más al norte, el Mirador del Río ofrece una panorámica parecida a los islotes, aunque más cercana. La punta noreste de Lanzarote esta ocupada por el llamado Malpaís de la Corona, una comarca que engloba el Parque Natural del Volcán de la Corona, zona cubierta de lava que atesora impresionantes grutas y tubos volcánicos bajo tierra. Una parte del tubo submarino formado por los ríos de lava de las erupciones cobija la Cueva de los Verdes, impresionante en la variedad de tonalidades de sus paredes rocosas, y los Jameos del Agua, oquedades creadas en las cuevas volcánicas tras el desplome de su techo. De nuevo hacia el sur, bordeando la costa, el camino nos lleva hasta el Jardín de Cactus, situado entre las localidades de Mala y Guatiza. Llegamos finalmente a Arrecife, capital insular y puerto natural protegido por un cinturón marino de rocas, y custodiado por los castillos de San José y San Gabriel, antiguas fortalezas que vigilaban el paso de los barcos.
La Cueva de los Verdes. Refugio de los lanzaroteños frente a los ataques de los piratas durante los siglos XVI y XVII
Y aquí, en la capital, esculpido en cinco estrellas, se levanta imperioso y exclusivo el fiel vigía de la playa del Reducto.
Arrecife Gran Hotel & Spa, convierte la visita en una experiencia de altura.
164 habitaciones repartidas en 17 plantas lo confieren como el edificio más alto de la isla. Ofreciendo al huesped curiosas y espectaculares experiencias, como lo son sus duchas acristaladas con vistas al atlántico y a los volcanes de Lanzarote, la incorporación de la domótica más innovadora en todas sus habitaciones, o su restaurante Blue 17 situado en su última y deslumbrante planta, así como la opción de disfrutar de un relajante masaje con vistas al mar en el único Spa de Arrecife. Está claro que, alojarse aquí es una experiencia única y satisfactoria, en todos y para todos los sentidos. Además de para todos los públicos, pues el hotel abre sus puertas a todo aquél que quiera visitarle. No ser huesped no se presenta como un inconveniente, más bien como una ocasión para hacer otra parada en tu viaje, y conocer, por ejemplo, su restaurante "Healthy & Sky" para ver la isla desde otra altura o darse un pequeño homenaje recorriendo su circuito Spa. Todo esto nos indica que, sin lugar a dudas, ha sido creado para lucirse orgulloso y con argumentos de peso, por lo que nosotros lo subrayamos en nuestra ruta de viaje como parada obligada que, aunque no volcánica, cumple con creces en todo lo referente a arte y altura, sinónimos de esta isla.
El Parque Nacional de Timanfaya constituye uno de los paisajes más insólitos e impresionantes del planeta, principalmente, porque no parece terrestre. Con una extensión de 51 kilómetros cuadrados de paraje lunar, las llamadas Montañas de Fuego, ofrecen un singular espectáculo de volcanes y coladas de lava que respiran entre el mar de cenizas o lapilli resultante de las últimas erupciones acaecidas entre 1730 y 1824. Las consecuencias de estos fenómenos se notaron dramáticamente en el municipio de Yaiza, en el que la mayor parte de los pueblos y caseríos quedaron cubiertos por la materia expulsada por los cráteres, hasta configurar el paisaje que hoy conocemos. Actualmente, el parque se ha convertido en el mayor atractivo turístico de la isla, en el que es posible comprobar los efectos de la energía subterránea aún en activo a través de distintas demostraciones (vapor que sale a chorros en forma de geiser, hornos naturales aprovechados para hacer parrilladas...), y admirar la belleza de los tonos terrosos que muestran las distintas estratificaciones de lava.
Ruta en camello por el Parque Nacional de Timafaya
No se puede hablar del Lanzarote actual sin mencionar la importante labor que el polifacético artista César Manrique llevó a cabo para acondicionar y promocionar los elementos más atractivos de la isla. Incansable en su empeño de crear espacios artísticos en conjunción con las formas que la naturaleza ya ofrecía, Manrique ideó el diseño del conjunto indescriptible de los Jameos del Agua, el observatorio acristalado del Mirador del Río, el centro para visitantes del Parque Nacional de Timanfaya, y su residencia particular, hoy convertida en la muy interesante Fundación Cesar Manrique, un oasis dedicado a la creación artística que constituye un ejemplo a imitar en cuanto a integración y armonía con el entorno.
Que la tierra está viva en Lanzarote es un hecho que salta a la vista. Las erupciones de las que se tiene constancia histórica y la actividad subterránea que registra, no dan lugar a dudas...
¡En Lanzarote la tierra bulle!.