Liubliana, la entrada natural de Europa Central hacia el Mediterráneo, los Balcanes y la Europa del Este, es una ciudad accesible, cómoda y agradable donde no faltan los espacios verdes. También podemos colgarle sin pudor los adjetivos viva y animada, sobre todo si el sol brilla en lo alto para hacer más vistosas la multitud de terrazas –como intente tomarse una cervecita en cada una de ellas no regresa a España– que decoran las orillas de los ríos. Este dinamismo se ve acrecentado por las variadas posibilidades culturales. Como ofertas permanentes, merecen la pena el Museo de Arte Moderno y la Galería Nacional y, algunas alternativas sugerentes, como el Festival de Verano –con actuaciones en lugares emblemáticos de la ciudad–, el Trnfest –enfocado en tendencias artísticas alternativas– y la Bienal Internacional de Artes Gráficas.
Hablemos ahora de Arquitectura. Es importante recordar que el terremoto que acaeció en 1895 destruyó casi por completo la ciudad y, por ello, encontramos algunos barrios barrocos y un buen surtido de edificios de Art Nouveau. Otro temblor –no sé si de piernas o de tierra– hizo su aparición posteriormente: el comunismo soviético. Por ello, la ciudad cuenta con un buen catálogo de edificios con un inconfundible sabor “socialista muy realista”, irónica expresión que utilizaba nuestro amable guía Tilen. Por cierto, este enclave es de esos donde no está de más apuntarse a las visitas explicativas de la oficina de turismo –en inglés– para comprender su trazado urbanístico y aprender algo de la trayectoria histórica del país. Un nombre, más bien un apellido, que aparecerá habitualmente durante el recorrido es el de Plecnik, gran amante de la monumentalidad. No faltan en sus planteamientos: obeliscos, pirámides, columnas, llamativas escalinatas y refinados detalles que nos trasladan al Renacimiento. Puentes, plazas, paseos, iglesias, jardines, riberas y esclusas de ríos, palacios, monumentos a grandes personajes nacionales… en fin, un abundante y variado catálogo que sirvió para reforzar el amor por la patria, embellecer la ciudad y animarnos a nosotros a conocerla.
Una vez realizado el merecido paseo por el centro histórico, con sus paradas correspondientes para tomar fuerzas o para comprar en las pequeñas tiendas, hay un lugar ineludible al que acudir: el Castillo. Ubicado en lo alto de la colina, se puede acceder a él en funicular, trenecito o a pie. Ha sido profundamente restaurado y reestructurado para acoger eventos culturales. Cuenta con un café agradable y unas vistas de vértigo desde la torre.
Las dimensiones del país permiten tomar la capital como base y desde aquí realizar excursiones. Nuestras propuestas se hallan relativamente cerca: Bled y las cuevas de Postojna a unos 50 km, y Piran, ya en la costa, a unos 130 km. Como ven, la escapada es fácilmente adaptable a sus gustos