Gastronomía de altos vuelos aliñada con historia, tradición, cultura y mucho emboque, desde Peñafiel a toda la comarca.
De majadas y majuelos está hecha la Ribera del Duero
Si hay algo que puede mejorar un sabroso plato de lechazo es una buena copa de vino. La Ribera del Duero es la cuna de esta perfecta alianza y estos meses de invierno la ocasión para abrir al paladar sabores que no caducan. Los fines de semana de febrero se celebran las Jornadas del lechazo, no hay excusa para faltar a esta cita.
El Castillo de Peñafiel
Dominando una colina y cual capitán de navío, vigila desde antaño el horizonte castellano. Hoy en día alberga en su mascarón de proa el Museo Provincial de Vino de Valladolid, el eje del turismo enológico de la provincia sobre todos los aspectos que alcanza la cultura del vino. Un buen resumen desde la cepa a la copa, muy didáctico, sobre todo para los que no distinguen un tinto de un verdejo. Después de paladear los entresijos de las mañas de Baco y para ir abriendo boca, el castillo bien merece una visita a su “casco”, ya que esta fortaleza tiene forma de barco. Desde las almenas a nadie deja indiferente la panorámica de Peñafiel, de los valles del Duero y el Duratón sobre los que se asienta este particular buque en medio de la meseta castellana.
Protos, la primera bodega de la Ribera del Duero
A los pies del castillo ya podemos empezar a disfrutar de una de las delicias de esta zona: Protos, la primera bodega de la Ribera del Duero. Dos kilómetros de galerías subterráneas donde se mima la crianza desde hace ochenta años, hasta llegar a la vanguardista cubierta diseñada por Richard Rogers. Es la seña de identidad de una bodega de viñedos centenarios que vela por la tradición sin descuidar la innovación.
El lechazo: la estrella de la gastronomía castellana
Como la jornada va de placeres, para seguir encandilando al paladar es el momento de acompañar los caldos de la Ribera con la estrella de la gastronomía castellana, el lechazo. Tanto en Peñafiel como en los alrededores la oferta es tan numerosa como atractiva y variada, ya que tenemos la oportunidad de degustar este singular manjar a lo tradicional o bien en forma de tapa, croqueta, canelones o incluso como relleno de pimiento. De cualquier manera, jugoso, tierno y en su punto de grasa. No en vano, el corderito no ha vivido más de un mes antes de llegar al plato y sólo se ha alimentado de leche materna.
El castillo de Curiel de Duero, parada y fonda
Para hacer parada y fonda, a pocos kilómetros de Peñafiel aguarda sobre un cerro otra reliquia medieval, el castillo de Curiel de Duero. Lo que hace siglos fuera alojamiento de personajes insignes de la historia castellana, es hoy un coqueto hotel y restaurante, fruto del empeño de un emprendedor vallisoletano, Rafael Ramos, que no dejó que la fortaleza ni el pueblo cayeran en el olvido. El hotel Residencia Real Castillo de Curiel cuenta con 23 habitaciones para dormir a cuerpo de rey y un comedor con una carta en la que no se escatima ni un detalle. Para los puristas del lechazo, el cielo en la tierra regado por los vinos Viejo Coso, de producción familiar y cuyas barricas dormitan entre los muros de una iglesia del siglo XII.
Monasterio de Santa María: sede permanente de las Edades del Hombre
Seguimos nuestra ruta hacia Valbuena de Duero, que alberga en su imponente monasterio de Santa María la sede permanente de las Edades del Hombre. Muy cerca, la espadaña de San Bernardo corona un templo de placeres más mundanos, el restaurante de la Bodega Emina, del grupo Matarromera. Un típico menú de la tierra que empieza por la sopa castellana y continúa con el lechazo y postre, acompañados por los vinos de Emina, ponen un excelente punto y seguido a la jornada. Además, la visita se completa con las distintas actividades enoturísticas que propone la bodega, que incluyen entre otras: catas, visita a la bodega, a su Museo o incluso degustar vino sin alcohol.
Podemos seguir probando variedades de lechazo y vino en Pesquera de Duero y volver a Peñafiel, a la plaza del Coso. Un escenario medieval, casas de piedra y adobe con balcones de madera, que tiene como telón de fondo el castillo, que sigue impasible en su montaña, ajeno a la vasta colección de placeres y sensaciones que nos llevamos en tierras de la Ribera del Duero.