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ANTIGUA Y NUEVA GUATEMALA

Para el viajero ávido de conocer y de entrar en contacto con culturas milenarias entroncadas entre sí, Guatemala es una bendición. El alma de los mayas dejó en el tiempo guardada para la posteridad su profecía para este 2012 que atrae la curiosidad, despierta la motivación o sencillamente inquieta a quienes no conocen su cultura. Ahora el polémico vaticinio es una novedosa excusa para visitar la tierra del Quetzal donde, desde la misma llegada al aeropuerto Internacional La Aurora, los volcanes parecen estar allí para dar su singular bienvenida.

Guatemala. El resplandor del alma Maya

Para el viajero ávido de conocer y de entrar en contacto con culturas milenarias entroncadas entre sí, Guatemala es una bendición. El alma de los mayas dejó en el tiempo guardada para la posteridad su profecía para este 2012 que atrae la curiosidad, despierta la motivación o sencillamente inquieta a quienes no conocen su cultura. Ahora el polémico vaticinio es una novedosa excusa para visitar la tierra del Quetzal donde, desde la misma llegada  al aeropuerto Internacional La Aurora, los volcanes parecen estar allí para dar su singular bienvenida.

Texto: Valentín Rodríguez y Zelmira Díaz (reportaje completo y Guía Práctica en Viajeros, nº162)

La capital, principal puerta de entrada al país, si bien exhibe un hermoso presente en el que se mezclan el pasado colonial, el fervor religioso y la modernidad, tiene una larga y azarosa historia marcada por los cambios de su emplazamiento original, que hablan por sí solos de la activa historia geológica de Guatemala.

Fue fundada en 1541 y trasladada de lugar a consecuencia de la destrucción provocada por un deslave del Volcán de Agua, con lo que los pocos vecinos sobrevivientes recogieron los bártulos y avanzaron cinco kilómetros tierra adentro, donde alzaron las primeras paredes de lo que se conoce hoy como Antigua Guatemala, la que a partir de 1543 se convirtió en nueva capital y atrajo a más de 30 órdenes religiosas, ilustres arquitectos, hábiles alarifes y unos cuantos miles de habitantes.

El tiempo y la prosperidad permitieron construir iglesias hermosas y magnos conventos con gruesos muros tapiales, una bella ciudad con plazas y jardines, edificios y fuentes, caminos bien trazados y mercados florecientes. Sin embargo, cuando estaba en pleno apogeo, el 29 de julio de 1773, un seísmo deshizo su estado de dicha; la historia se repetía. En el fértil y neblinoso Valle de la Ermita fue refundada la ciudad en 1776 y allí sigue en pie hasta hoy en día.

La Nueva Guatemala de la Asunción

Aunque lo que hace más honor al actual nombre de la capital es el barrio llamado Zona Viva o Zona 10 –con altos edificios acristalados, boutiques de lujo y centros de negocio y ocio nocturno–, sus ambientes más bohemios y poéticos se encuentran en los barrios antiguos. Ahí es donde reside su alma y su sabor.

La Plaza de la Constitución es uno de los espacios más emblemáticos donde ondea una gran bandera de la República de Guatemala. La adorna una fuente que, según los lugareños, posee forma de calabaza, uno de los frutos base de su alimentación, y está enmarcada por la Catedral Metropolitana –detrás encontrarás un mercado de artesanía–, la sede del Palacio Episcopal y el Palacio Nacional de la Cultura. En esta singular edificación de color verde –producto de la aleación de los metales contenidos en la piedra de su fachada– coincide, además, el kilómetro cero. Cada día a las 11 de la mañana se celebra la singular ceremonia de la Rosa de la Paz, consistente en depositar una flor fresca de este color sobre una escultura de bronce con forma de dos manos abiertas.

Andando por una de las calles aledañas se encuentra el restaurante El Portal, llamativo por su aspecto bohemio y donde destacan sus paredes adornadas con fotos y artículos de prensa que recuerdan el paso de personajes ilustres, entre ellos Miguel Ángel Asturias, el premio Nobel de literatura guatemalteco.

Para sentir la plenitud de esta ciudad hay que recorrer su Centro Histórico, a rebosar de cafés, churrerías, tiendas, restaurantes y puestos ambulantes donde preparan tamales y tortillas. Aquí la capital vive, bulle sobre calles de piedras y entre paredes de adobe, mientras el sol se cuela a través de cúpulas centenarias y alumbra los patios interiores, y en cada puerta y ventana cuelga una aldaba centenaria o se deja ver la cabeza labrada de un gran clavo de bronce.

Una de las grandes virtudes de Guatemala es la coexistencia armónica de las tradiciones mayas y de las influencias españolas. El encuentro con los antepasados mayas no sólo se produce con las visitas al Museo Antropológico o al Museo Popol Vuh –aquí resulta muy interesante comprender la evolución de los trajes tradicionales–, sino también en Kaminal Juyú. Se trata de una joya arqueológica donde se han desenterrado vestigios antiquísimos y se presume que quedan sitios por desvelar. Constituye, de esta manera, una parada obligada para conocer la riqueza cultural de origen maya que se atesora en gran parte del subsuelo de la ciudad.

Para finalizar, dos últimas recomendaciones. Por un lado, el emblemático Mapa en Relieve, una monumental obra que data de hace más de 100 años y representa a escala los accidentes geográficos de todo el país. Y si queréis la mejor panorámica de la capital, hay que acercarse al Cerrito del Carmen, una pequeña ermita (en la imagen superior) situada sobre una elevación en las afueras.

Antigua Guatemala, escapada imprescindible

No hay duda: es el destino turístico por excelencia del país centroamericano y perdérselo es imperdonable. La escoltan sus verdugos, los volcanes de Agua, de Fuego y Acatenango, que no son precisamente una imagen amenazadora desde hace mucho tiempo.

Antigua, es la ciudad más española de todo el país, de hecho, entre 1411 y el 1773 fue la sede de la Capitanía General del reino de Guatemala. Así, la Unesco la reconoció como Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1979. Hoy es una especie de gran museo vivo, con decenas de iglesias, ermitas, conventos e instituciones, grandes espacios totalmente restaurados y una bien ganada imagen de lugar limpio y amable, a la que se han mudado muchos extranjeros atraídos por su atmósfera apacible y sencilla para convertirla en su segunda residencia. A todo esto hay que añadir la magia de rincones como la Calle Real o el encanto de las tiendas de artesanía –donde se exhibe artículos de tela confeccionados por manos indias y cerámica del lago–.

Los hostales y hospedajes pequeños permiten alojarse allí mismo, amanecer y dedicarle un paseo tranquilo, incluso de días, que es lo más recomendable, pues es un lugar para recorrerlo despacio, dejándose llevar por su intuición: una iglesia, convento o santuario; un coche de caballos o unos músicos callejeros; los enrejados de una ventana repletos de flores o el hatillo de artesanía de algún viandante indígena; una procesión, el olor a café o comida de algún bar o restaurante… una experiencia irrepetible.


Estas sensaciones se mezclarán con la melancolía que rezuman alguno de sus edificios. Por ejemplo, su catedral, dedicada a San José, fue construida en 1680 y sólo fue utilizada en toda magnitud durante 93 años, pues el terremoto de 1773 la destruyó prácticamente (el techo en forma de bóveda, el altar, el convento, las instalaciones para residencia de los frailes, etc.). En cambio, aún se conservan las anchas y sólidas columnas como testigos del paso del tiempo.

Abundan igualmente las opciones para degustar una buena comida, sea autóctona o internacional. Un sitio de parada obligada para muchos es la Fonda de la Calle Real, lugar informal de ambiente bohemio y relajado. Y en cuanto a la variada hostelería que brinda Antigua, destaca el Hotel Casa Santo Domingo, de 5 estrellas, erigido en lo que fue el convento de los Dominicos y que ofrece exquisitos patios interiores, decorados con plantas y multicolores guacamayos.

Como curiosidad en la fábrica de Jade, próxima al hotel, si le confiesa al guía su fecha de nacimiento, es posible conocer el símbolo bajo el cual nació de acuerdo al calendario maya y su significado. Así, se podrá asombrar con la capacidad de predicción de este pueblo.

Para terminar la jornada de descubrimientos, nada mejor que el Hotel Boutique Palacio de Doña Leonor, una mansión que data del siglo XVI construida para la hija del conquistador español Don Pedro de Alvarado. Traspasar la imponente puerta de madera del palacio, es entrar en contacto con 500 años de historia y esplendor. Con una excelente calidad, ofrece un ambiente tranquilo y de paz matizado por jardines celosamente decorados con plantas y flores exóticas. Curiosamente, las habitaciones se identifican por los nombres de los miembros de la familia.

El reportaje continua en la edición impresa Viajeros 162, recorriendo Chichicastenango, lago Atitlán (y pueblos de alrededor) y la deslumbrante Tikal.

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