Cantabria. Puerto de Castro Urdiales. Revista Viajeros
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Cantabria. Los Puertos más auténticos del Cantábrico

Castro Urdiales, Santoña y San Vicente de la Barquera. Tres villas marineras, las más bellas de Cantabria. Viejos puertos rodeados de castillos medievales e iglesias góticas, de rías fecundas y playas salvajes, de bosques y marismas rebosantes de aves. Historias de expediciones a Terranova y Labrador, en pos del bacalao y la ballena, para escuchar mientras se degustan las mejores anchoas del mundo.

Hoy la pesca más lucrativa que se practica en los puertos de Cantabria es la del turista -especie típica de Semana Santa y verano- pero hubo un tiempo en que la mayor riqueza y alegría de estas villas era la costera invernal del besugo.

El cual se pescaba en “día claro con sol y helada, viento suave y mar llana” a bordo de pinazas o lanchas de vela, usando cuerdas de veinte brazas con veinte docenas de anzuelos, dos por marinero. Sólo esta pesca representaba el 40% de toda la del año. El besugo era el rey. Y el protector celestial de tal tesoro, ya que san Besugo no podía ser, era San Andrés, cuyo día (30 de noviembre) señalaba el inicio de la costera. Por San Andrés, se decía, besuguillos tres.

Esto explica por qué en Castro Urdiales la cofradía de pescadores se llama de San Andrés. Y por qué una de las fiestas más antiguas y populares es la del mismo santo, que se celebra regateando traineras y consumiendo ingentes cantidades de caracoles y de besugo a la preve -asado a la espalda y con su refrito de ajos y guindilla aliñado con vinagre o limón-, como se hacía en tiempos para sellar el acuerdo entre patrón y marinero. Los que no pueden pagar besugo, que está por las nubes, comen chicharro. Después de todo, tampoco había besugos en el lago Tiberíades, donde pescaba el santo.

 

Cantabria. Pescador en Castro Urdiales. Revista Viajeros

El casco viejo de Castro Urdiales invita al paseo y prepara el estómago para dejarse tentar por sus restaurantes

Arquitecturas medievales y traineras

Hay que ser muy mal fotógrafo, un auténtico manta, para no sacar bonito el puerto de Castro Urdiales, con el círculo de barcas en primer término y, detrás, erizada de contrafuertes y pináculos, la iglesia de Santa María, del siglo XIII, que es el monumento gótico más importante de Cantabria; a la derecha de la iglesia, el castillo-faro, del siglo XII; y más a la derecha, cabalgando sobre las olas, el puente que unos llaman Romano y otros, más cautos, simplemente Viejo. A nosotros nos parece medieval, por el arco apuntado, pero la verdad es que resulta difícil calcular su edad a simple vista, porque cada pocos años un golpe de mar obliga a repararlo y está siempre como nuevo.

En la foto del puerto no suele faltar la veloz trainera con que se perseguía antaño a la escurridiza anchoa y que hoy es el orgullo deportivo de los castreños. Lo que apenas se ve ya son barcos grandes, los herederos de las bravas naos y zabras que iban a pescar merluzas y sardinas al mar de Irlanda, y bacalaos y ballenas a Terranova y Labrador. Todavía a mediados del siglo XX, el 65% de los habitantes de Castro Urdiales (4.000 de 6.100) se centraba en la pesca. Ahora es diez veces mayor y vive de la proximidad de Bilbao y de los veraneantes, también en su mayoría vizcaínos. Una villa salpicada de casas modernistas, historicistas y regionalistas diseñadas a finales del siglo XIX y principios del XX por los arquitectos Achúcarro y Rucabado.

Cantabria. Plaza de Ataulfo Argenta en Castro Urdiales. Revista Viajeros

Plaza de Ataulfo Argenta. Castro Urdiales.

La playa más bella, camino de Santoña

Ver casas guapas y pasear por un puerto antiguo está muy bien, pero lo que atrae a los veraneantes, más que nada, son las playas, las de la villa (Brazomar y Ostende) y las de los alrededores. Espectacular, el arenal de Sonabia, una cala profunda y salvaje que se encuentra a medio camino entre Castro Urdiales y Santoña, al pie del monte Candina, en cuyos acantilados calcáreos anida una nutrida colonia de buitres leonados, la única que lo hace al borde del mar en Europa. El agua es verde y la soledad estremecedora. Muy cerca, en la punta de Sonabia, había una atalaya para avistar ballenas en el siglo XVII, cuando los pescadores de Castro Urdiales y Santoña aún las cazaban.

A los restaurantes de Santoña -cuna de la anchoa y primer puerto pesquero de Cantabria- llegan las merluzas, las lubinas y las almejas, más que frescas, sorprendidas. Una sirena avisa a la población cuando un barco entra en el puerto. La sirena de la venta, le dicen. Ver descargar la plata olorosa, bajo un cielo encapotado de gaviotas, es un pasatiempo de los más gratos y antiguos, como contemplar el oleaje o el fuego en el hogar, que no cansa. Otro entretenido plan es curiosear en alguna de las tres fábricas de conservas que admiten visitas. Hasta que no se sigue paso a paso el proceso de elaboración de la anchoa, cuesta entender por qué, en las conservas de mayor calidad, cada filetito sale por más de un euro, cuando el boquerón en crudo vale 30 veces menos. A este proceso artesanal, para el que se necesita tener una mano de cirujano y otra de encajera de bolillos, se le denomina la soba.

 

Cantabria. Anchoas en Santoña. Revista Viajeros

 

La historia de Santoña está unida al mar; solo hay que recordar a Juan de la Cosa, cartógrafo del Descubrimiento

Además de ricos peces y buenas playas (la de la Berría, más agreste, y la de San Martín, más tranquila), hay en Santoña una naturaleza que no se come y que, poco a poco, va restando adeptos al turismo de sombrilla y mantel, con la ventaja de que es un plan infinitamente más barato y puede hacerse así lluevan vacas. Uno de sus escenarios es el parque natural de las Marismas de Santoña, Victoria y Joyel, donde llegan a concentrarse más de 20.000 aves de 120 especies diferentes. Y otro, el monte Buciero, una península de 600 hectáreas donde se conserva la mejor mancha de encinar cantábrico del país, entre acantilados de 200 metros, fortificaciones napoleónicas y faros como el del Caballo, de 1863, con una escalera de acceso que equivale a una semana de gimnasio: ¡700 peldaños! Hay seis sendas señalizadas de las que se facilitan descripciones detalladas y mapas en la web de la oficina de turismo.

Cantabria. Puerto de San Vicente de la Barquera. Revista Viajeros
San Vicente de la Barquera y Oyambre

Otro puerto que no puede quejarse de cómo le trata la naturaleza es San Vicente de la Barquera, el cual vive feliz en la punta contraria de la región, la occidental, rodeado de las playas kilométricas, las dunas, los estuarios, los acantilados, las praderías y los bosques del Parque Natural de Oyambre. La ría y el mar abrazan con pasión, sin dejar apenas un palmo de orilla seca, la colina sobre la que se yergue la puebla vieja, que vista desde la distancia se funde con la muralla gris y blanca de los Picos de Europa. 

Cantabria. Parque Natural de Oyambre en San Vicente de la Barquera. Revista Viajeros

Es sorprendente la variedad de ecosistemas del Parque Natural de Oyambre, desde marismas hasta dunas, acantilados, rías y bosques.

San Vicente de la Barquera y el Parque Natural de Oyambre son dos citas básicas en este recorrido

El castillo del Rey, de principios del siglo XIII, y la iglesia de Santa María de los Ángeles -otra perla del gótico montañés, como la de Castro Urdiales- recuerdan los tiempos heroicos de esta villa marinera, los medievales, cuando los barquereños iban a trincar peces a Terranova y moros a Sevilla. Hoy, a excepción de David Bustamante, los hijos de San Vicente no tienen que alejarse mucho para ganarse el pan y la fama. Antes al contrario, son otros los que vienen de lejanas tierras a zamparse una mariscada bajo estos viejos soportales y a darse luego un garbeo digestivo por la playa Merón.

Cantabria. Romería marítima de San Vicente de la Barquera. Revista Viajeros

Romería marítima de San Vicente de la Barquera.

 Playas donde más de uno se acaba quedando como el inquisidor Corro, que está esculpido en la iglesia a la manera del Doncel, acostado de lado y con cara de suprema felicidad. 

Bárcena Mayor situado a 500 metros sobre el nivel del mar y en plena Reserva Nacional del Saja, es uno de los pueblos más bonitos del interior de Cantabria. La aldea conserva aún el ambiente típico de su remoto origen, que algunos datan en el siglo IX.

Texto y fotos: Editorial Viajeros

La Ruta de los Foramontanos es el itinerario que tomaban los cántabros en el siglo IX cuando salían de las montañas tras la Reconquista para repoblar las tierras de Castilla. Transcurre por una Cantabria abrupta de gran riqueza forestal, con preciosos pueblos en los valles y en la zonas de media montaña.

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