Al salir de este curioso laberinto veo que el sol ha hecho acto de presencia y decido aprovecharlo caminando de nuevo hacia Le Marais. Se me ha antojado un té y tiene que ser en la tienda de Mariage Frères, un salón de té donde se ha recreado el ambiente colonial y donde lo preparan de manera exquisita. Los olores, la luz y la puesta en escena de la boutique te hacen sentir en otro lugar. En este momento, lo más importante es el ritual, la voluptuosidad con la que el agua infusionada cae por el cuello de la tetera y esparce todo su perfume al llegar a la taza. Hay que saber disfrutar de estas pequeñas cosas... Las tazas y los aromas vuelven a presentarse en la calle Saint Honoré, mientras camino hacia la plaza de la Concorde. La fachada azul me ha llamado la atención y al pasar, he descubierto la tienda de los perfumes Penhaligon's, un lugar de lujosas y elegantes fragancias.
Y mientras Clémence me va contando anécdotas de los lugares por donde pasamos (Campos Elíseos, Arco de Triunfo, Trocadero, Torre Eiffel, las orillas del río Sena...) yo voy observando, curiosa, todos los detalles de esta reliquia que sigue rodando, junto a los otros 33 coches de 4 Roues sous 1 parapluie, que es como se llama la empresa que hace estos divertidos recorridos. El nombre viene del origen del 2CV, que debía ser un vehículo para el campo “que ofreciera suficiente espacio para dos agricultores sin necesidad de quitarse el sombrero (de ahí el techo alto y curvo), un saco de 50 kilos de patatas o un pequeño barril y que sea capaz de alcanzar 60 kilómetros por hora y consumir, como mucho, 3 litros de combustible". Con estas premisas, el primer prototipo tenía un llamativo aspecto y se le llamó de forma irónica “paraguas con 4 ruedas”.
Y así dejo pasar la tarde mientras me imagino en una película en blanco y negro y con música algo acelerada, con eco y susurro de gramófono.