Textos y fotos Miriam González
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Arribes del Duero. Entre dos tierras

Al Duero no le parecía suficiente con hacer de frontera entre dos países, sino que, además, se propuso dibujar en sus orillas –o arribes- un singular paraje natural en forma de cañones; quizás, los más espectaculares de Europa. El paraje de Arribes del Duero, tanto en la vertiente española como en la portuguesa, deja sin palabras

Cuando se visita solo se puede decir "¿por qué no habré venido antes?"

Cuando la naturaleza se propone impresionar, lo consigue con creces. Y guapa, pero muy guapa, se ve en el Parque Natural de Arribes del Duero. Un regalo para los sentidos que compartimos como buenos vecinos con los portugueses.

En ‘nuestro’ lado, 180 km de cañones fluviales en 106.000 ha de zona protegida se reparten en los extremos occidentales de las provincias de Salamanca y Zamora. En la parte portuguesa, 85.000 ha conforman el Parque Natural de Douro Internacional.

Son muchos, por tanto, los que se disputan la zona ‘más bonita’ de esta linde natural. Dime cómo les llamas y te diré de dónde eres… ya que los regionalismos han determinado que en la parte salmantina sean los Arribes y para zamoranos y portugueses sean conocidos en femenino, las Arribes. Pero más allá de nombres y cifras, lo mejor de este paisaje es que se puede disfrutar por arriba y por abajo.
 

 

Navegar por el corazón de Arribes

Varios barquitos recorren parte del cauce del Duero en estos parajes, a un lado y a otro de la frontera. Muy cerca de la localidad salmantina de Aldeadávila, en la ‘playa’ del Rostro, se puede subir a un barco cuyo nombre ya lo dice todo El Corazón de Arribes. Es recomendable comprar los tickets con antelación por internet para alguna de sus tres salidas diarias, ahora en otoño cada fin de semana. Eso sí, conviene no ir apurado de tiempo ya que la bajada por carretera hasta la playa no es apta ni para prisas ni para agobios. Más bien hay que ir con calma para no quemar los frenos.
 

   

Cañones que atrapan

El recorrido dura una hora y media en un barco de cubierta panorámica que recorre parte de la senda del Duero hasta la presa de Aldeadávila. Es fácil enunciar pero no tanto de describir las sorpresas que esperan en cuanto arrancan los motores. Atrapa en primer lugar por las estrecheces por las que discurre el caudal y por las moles de granito de las orillas que, inmutables, cercan al río como un tesoro a cuidar. Las más impresionantes son las que ya están cerca de la presa, cuando el barco gira para emprender camino de regreso y cual efecto de cine, nos topamos con ellas de frente. No somos los únicos que disfrutamos de este enorme atrezzo natural ya que los buitres y cormoranes aprovechan los huecos de la erosión para anidar, o bien como base para emprender la ronda de caza. Y es que la profundidad del río impone ya que alcanza hasta los 100 metros de calado en algunas partes.

Presa de Aldeadávila desde el mirador del Fraile

Entre bancales y caminos de cabras

Pero no todo es piedra en el recorrido. En ambas orillas la vegetación se abre paso en este espectáculo. El azar o las circunstancias quisieron que la ribera española fuera la orientada hacia el norte –más sombría– y a los portugueses les tocara la del sur. Nuestros vecinos se las han ingeniado para, mediante un sistema de empinados bancales, conseguir plantaciones bastante prolíficas, en las que se cultivan desde olivos hasta árboles frutales y otras variedades de climas tropicales. La orientación hacia el sur y un clima más mediterráneo que continental, con una diferencia de entre 4 y 5 grados por encima de la media de la cima del cañón, obran cada año el milagro de la cosecha.

Los españoles también hemos aprovechado el terreno. O más bien, las cabras, que durante años han llevado a los pastores a sortear las rocas, la altitud y, sobre todo, los desniveles del cañón. Mientras en el barco cuentan sus historias y vicisitudes para “hacer el cabra”, es inevitable acordarse de las historias de Heidi y Pedro en Los Alpes. Pero también es un modo de hacer una reverencia hacia aquellos que se jugaban la vida por caminos de cabras para salir adelante. De hecho, en Aldeadávila hay un monumento al cabrero que honra a todos estos héroes anónimos de los cañones.

 

Monumento al cabrero.                                             Fermoselle                                               Bancales de las Arribes


Los miradores: excepcionales palcos VIP

Hasta los urbanitas más acérrimos se van a alegrar de enfundarse un chándal para recorrer los muchos caminos y senderos que conducen a miradores estratégicos del Duero y sus cañones. Uno de los más emblemáticos es el del Picón de Felipe. Cuenta la leyenda que uno de aquellos cabreros, enamorado de una portuguesa, para alcanzar a su amada tuvo la brillante idea de intentar abrir camino hacia ella martilleando la mole de piedra del mencionado efecto cinematográfico. No tuvo mucho éxito, obviamente, pero al menos la hazaña dio nombre a la roca y al mirador de la cima. No muy lejos, desde el mirador del Fraile se puede obtener una panorámica única de Arribes del Duero y de la presa de Aldeadávila, esta vez desde arriba.
 

 

Rutas en los alrededores

A estos púlpitos naturales se puede acceder en coche hasta cierto punto y luego, como decía la canción, “un ratito a pie y otro caminando”. En los alrededores de Aldeadávila hay diversos puntos estratégicos desde donde admirar, casi a vista de pájaro, la profundidad de los cañones.

Ermita de Pereña


En Pereña de Ribera decidieron construir la ermita del pueblo en un altozano desde el que las vistas, simplemente, invitan a pensamientos elevados. A pocos kilómetros, el mirador de la Falla de Villarino de los aires ofrece, con la perspectiva del Duero, un cuadro de esos que apetece pintar. Si se continúa pueblo abajo, la sorpresa llega con el enclave de Ambasaguas, un bucólico rincón donde se juntan el Duero y el Tormes. Y muchos más… se precisan varios días para recorrerlos todos y, con un poco de suerte, que coincida el atardecer con la panorámica para rubricar la obra maestra.
 

Presa de Almendra

Una villa casi medieval en lo alto del Duero

De camino a la frontera zamorana de Arribes del Duero, otra presa es la que nos deja de piedra. Se llama Almendra, por su forma, y la ingeniería ha querido que la carretera pase por en medio de la misma. De esta forma, a un lado se ve una inmensidad de agua que engaña a la vista –hay que hacer un esfuerzo mental para recordar que en la Meseta no hay mar–  y, al otro, un imponente desnivel desde el que se ve toda la parte más mecánica de la presa.

Villa zamorana de Fermoselle

 

Ya en las lindes zamoranas, a pocos kilómetros de Portugal y como suspendida en las rocas se erige Fermoselle. Dicen que aquí nació Juan de la Encina –el padre del teatro español– y  Doña Urraca. Desde lo que queda de su fortaleza, o más bien de su emplazamiento, hay otro singular mirador del camino del Duero hacia el mar. Al bajar del ‘castillo’, aguarda una coqueta villa con sus calles empedradas –y, sobre todo, muy empinadas– donde parece que el tiempo se ha parado. Con esta particular calma nos despedimos de las sorprendentes Arribes.



Panorámica desde el emplazamiento del antiguo castillo de Fermoselle













 

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