Nos encontramos ante la reconversión a descaso rural de dos edificios con capacidad para 13 personas. En la casa que en otro tiempo fue molino, se encuentran tres de las cinco habitaciones que ofrece el establecimiento, aquí también están ubicadas las zonas comunes, algo que la convierte en el eje de la actividad. El Telar, al ofrecer únicamente el resto de los dormitorios, queda limitado básicamente a zona de descanso.
Sobre nuestra cabeza y bajo nuestros pies, nos refugian techos y suelos de robusta madera de sabina, la misma que hemos visitado hoy y que abriga a todo este entorno. Y ante nuestra mirada perpleja, la evidencia de un gusto exquisito aplicado a cada centímetro de la casa, denotando una cuidada elección de cada detalle, además de un compromiso real con el medio ambiente.
Si se pone un poco de atención, no es dificil escuchar historias contadas por el crujir de la madera, historias de oficios duros y de artesanos olvidados, relatos de supervivencia y de enfrentamientos sin sentido. Esto sucede, sobre todo, cuando llega la noche, momento en el cual el silencio más absoluto, roto sutilmente por el sonido de la naturaleza y unido al hipnótico fuego de la chimenea, adquieren la capacidad de detener el tiempo. Aunque sólo sea por unos minutos, merece la pena este pequeño viaje de ida y vuelta para entender, apreciar y aprender a relativizar.