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Textos y fotos Lydia Rodríguez
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IRLANDA. Cuaderno de Ruta de la Isla Verde

Eirín, Hibernia, Éire, Ireland, Irlanda... Cualquiera de sus nombres posee la facultad de hipnotizarnos y embrujarnos. Tarde o temprano acabaremos visitando la isla y nos daremos cuenta del significado de aquel hechizo. Aflorará un sentimiento fuera de toda lógica: querer abandonarla y estar seguros de desear volver. La belleza demoledora de Irlanda no tarda en hacer efecto y sabemos que su halo de misterio nos perseguirá siempre.

Durante mucho tiempo, lo irlandés se consideró como símbolo de lo rústico, lo poco sofisticado, señal de atraso y fanatismo. Hoy esa concepción ha cambiado. La Irlanda rural se ha transformado en una emergente potencia económica que se alinea al lado del resto de los países europeos en pos de la modernidad. Y aún así, afortunadamente, la isla no ha olvidado su lado "auténtico", exótico y diferente (recordemos que los romanos no llegaron hasta aquí). La filosofía, el pensamiento y las costumbres irlandesas tienen un poso distinto que se saborea con el placer de las cosas delicadas, exclusivas y exquisitas. Sigue conservando el trato amable y sencillo de sus gentes y símbolos como la lengua gaélica, que lejos de ser algo de lo que "avergonzarse" constituye uno de los elementos clave de su identidad.

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el punto de partida

Dublín es una lucha constante entre opiniones contrapuestas. No hay que dejarse guiar por lo que digan; esta ciudad desmentirá en un segundo tanto lo positivo como lo negativo que pueda haber llegado a nuestros oídos. Por eso es necesario echarse a la calle y no dejar ni un solo rincón sin explorar. Aquí se puede hacer puesto que es una ciudad abarcable, de "talla humana". Cada vez que atravesemos los puentes del río Liffey, que la divide en dos mitades, nos fascinará ese agua negra sometida a los caprichos de las mareas. Los irlandeses bromean diciendo que la Guinnes es oscura porque se hace con el agua del río. En realidad, ese color proviene de los campos de turba que atraviesa hasta llegar al Atlántico.

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La zona sur georgiana es el lugar más rico y atractivo, donde se desarrolla la mayor parte de la vida cultural de Dublín.

Aquí se encuentran edificios como el Trinity College (donde se puede ver el fascinante Book of Kells), el Parlamento Irlandés y la National Gallery.

Grafton Street, la calle más elegante y bulliciosa de Dublín, nos conducirá hasta el parque de St. Stephens Green. De camino habrá que sortear mimos, floristas, fotógrafos y pintores que exponen al aire libre, grupos de músicos y, los días de partido -de rugby, por supuesto-, incluso mini desfiles de los aficionados y sus "mascotas". ¿cuantas veces nos sorprenderemos sonriendo sin darnos cuenta en Dublín?... Y para quedar con la boca abierta hay que visitar el National Museum of Ireland: celtas, vikingos y la época moderna están magníficamente representados para darnos una clara idea de cómo fue Irlanda y por qué es lo que es hoy en día.

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Por supuesto, no hay que dejarse ni un pub sin visitar. Toda una señal de identidad.

La cerveza o el café irlandés saben diferente en el The Globe, The Stag's Head, The Brazen Head (declarado monumento histórico), O´Donoghue's, The Quays o en los enormes bares de diseño y decoración extravagante o exótica como el Turk's Head, el Zanzíbar o el Café en Seine. En el barrio de Temple Bar encontrarás los más turísticos y, por ende, más caros, como el más famoso que lleva el nombre de su calle.

En Dublín, como en casi todas las urbes, la gente anda siempre con prisa. Hay que aprender a ser paciente, saber detenerse, mirar tranquilamente. La lluvia... de nada sirve querer resguardarse de ella ya que aquí llueve en todos los sentidos. Ir rápido supone pasar por algo la estatua de algún personaje de la ciudad, un edificio cargado de historia o cualquier otro detalle maravilloso de los que aparecen a cada paso.

verde, azul y gris: los colores del oeste

Cuenta la leyenda que Galvia, una princesa de la tribu de los gigantes Fir Bolg, fue arrastrada por las olas hasta una bahía donde fundó una ciudad que lleva su nombre: Galway. Es una de las muchas versiones, pero poco importa si elegimos otra, el encanto de esta ciudad no variará. Entre Connemara y el Burren, Galway absorbe asombrosamente su sobredosis de turistas. Todo es armonía en esta ciudad donde el encanto medieval surge a borbotones. Antiguos edificios de piedra caliza decorados de todos los colores esconden hoy teatros, librerías, restaurantes y pubs donde los estudiantes se mezclan con los lugareños y los turistas. Galway tuvo una relación comercial privilegiada con España, desde donde llegaban navíos cargados de vino. Hoy todavía persisten elementos arquitectónicos, nombres y lugares que recuerdan ese pasado de amistad. ¡Otra razón más para sentirse como en casa!

Al sur de Galway, en el condado Clare se encuentra la región del Burren. El nombre procede del irlandés bhoire-ann-rocoso, y define perfectamente esta impresionante llanura kárstica. En la costa, la piedra es negra y brillante, pulida por las olas. En el interior, gris y verdosa. La Green Road, más un camino que una carretera, cruza el macizo desértico. En todo lo alto, solitario y fiero, el dolmen neolítico de Poulnabrone soporta impasible el paso del tiempo y las fechorías de los turistas apresurados en hacerse la foto. Entre las grietas de las piedras crece una rara vegetación y corren diminutos hilos de agua. 

Cuando las tropas de Cromwell pasaron por este lugar, uno de sus oficiales, ante tan árido paisaje exclamó: "Aquí no hay suficiente agua para ahogar a un hombre, ni árboles para colgarlo ni tierra para enterrarlo". Definitivamente, cada uno tiene una manera de ver las cosas...

Quizás el mayor espectáculo del oeste irlandés sean los Cliffs of Moher.

Acantilados de Moher.

Los coches y autobuses están obligados a quedarse a varios cientos de metros de la costa y la gente camina hacia el mar ávida de no se sabe qué exactamente. La sorpresa es total pues al llegar hasta casi el precipicio se desvela de golpe la totalidad del grandioso paisaje. Cuesta reaccionar ante esta visión. Una formidable muralla de piedra verde y negruzca se desploma hasta el océano que azota furioso su parte inferior. Los pájaros se dejan llevar por las corrientes de aire que, al mismo tiempo, proyectan hacia arriba, en cañones invisibles. La bruma lo envuelve todo, así como la espuma de mar. Las ruinas de la torre O'Brien sirven de mirador y un resbaladizo sendero que se pierde en el horizonte, durante 8 kilómetros, permite recorrer los acantilados para no perder ningún punto de vista de unos vertiginosos 214 metros.

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Hay que desviarse hasta la localidad de Cashel para admirar el conjunto medieval más espectacular de Irlanda: Rock of Cashel.

En lo alto de un promontorio rocoso se levantan una serie de edificios construidos sucesivamente desde el siglo IV y ligados a mitologías locales de San Patricio, patrón de Irlanda: una catedral-fortaleza cuyo techo se vino abajo hace tiempo, una enorme torre circular, la capilla románica de Cormac (la más hermosa de Irlanda, con frescos originales), los recintos civiles y una interesante variedad de cruces celtas. Para ahondar en el aspecto misterioso que se desprende, bandadas de cuervos planean sobre las ruinas lanzando agudos graznidos que rizan los pelos y despiertan la imaginación.

Que los romanos no llegasen a conquistar esta isla no se debe a un acceso dificil. Por abreviar, andaban escasos de personal que se hallaban entretenidos en otras batallas. Nuestra visita no tiene como finalidad hacer su trabajo, hubiéramos fracasado, porque básicamente el efecto ha sido el contrario; ¡Irlanda nos ha conquistado!  

Texto y fotos: Pepa García y Oscar Checa

Nos ponemos al volante para recorrer parte de la Wild Atlantic Way en busca de lugares remotos. Estamos en Donegal, el condado más al norte y más al oeste de Irlanda. Es uno de los lugares más auténticos de este país: agreste, rural, salvaje… y, decididamente encantador.

Texto y fotos: Oscar Checa

Late a ritmo de bodhrán y a tiempo de reel pero también posee la delicadeza de las antiguas melodías, pausadas y evocadoras. Animada, enérgica, divertida, próspera, accesible... la capital de Irlanda es, sin duda, uno de los destinos más estimulantes del Viejo Continente.

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