Textos y fotos Sergi Reboredo
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ZAMBIA. Rumbo a las cataratas Victoria

Bautizadas con ese nombre por David Livingstone en honor a la reina Victoria, estas cataratas constituyen el mayor de los paraísos naturales del África austral. Seguiremos los pasos del mítico explorador para comprobar la belleza de estos saltos de agua que, según él, “debían ser admirados por los ángeles en su vuelo”.

 

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Resultaría imposible hablar de las cataratas Victoria sin referirnos a su descubridor, el Dr. David Livingstone. Este médico, explorador y misionero de origen escocés, llegó a Botswana en 1841 como ministro de la Sociedad Misionera de Londres para evangelizar y explorar territorios desconocidos por aquel entonces. En un principio, su ilusión era trasladarse a China, pero la Guerra del Opio truncó sus planes y tuvo que conformase con el África austral.

En un viaje extraordinario se convirtió en el primer europeo en cruzar el continente africano. Comenzó en uno de los afluentes del río Zambeze en 1851, viajando hacia el norte y el oeste por Angola hasta llegar al Atlántico en Luanda. A su vuelta prosiguió por el Zambeze hasta su desembocadura y descubrió un salto de agua gigante que bautizó con el nombre de su reina: las cataratas Victoria.

 


Las cataratas Victoria: un espectáculo único

Livingstone escribió en su diario nada más ver las cascadas: “Nadie puede imaginar la belleza de la escena… Escenas tan encantadoras tienen que ser admiradas por los ángeles en su vuelo”. Y no era para menos, pues las dimensiones de las cataratas Victoria son espectaculares: miden aproximadamente 1,7 kilómetros de ancho y 108 metros de alto. Tan solo compiten con las del Iguazú en Sudamérica, ¡pero son casi el doble de grandes que las  del Niágara! No son las más altas del mundo, ni siquiera las más anchas, pero el espectáculo de ver caer más de un millón de litros de agua cada segundo es ciertamente singular. Entre febrero y marzo es cuando el río lleva más caudal, precipitándose por las cascadas 500 millones de litros por minuto, una cantidad de agua que se reduce a 10 millones de litros por minuto hacia el mes de noviembre.

El estruendo del río Zambeze golpeando contra las rocas puede escucharse a varios de kilómetros de distancia, lo cual inspiró a las tribus de antaño el nombre con el que se referían a este salto de agua: Mosi-oa-Tunya (el humo que truena). Y es que, además del estrépito, una nube de agua perpetua sobrevuela el lugar provocando varios arcoíris que tornan el lugar más idílico todavía. Fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1989, dentro de un área protegida que abarca una extensión de 8.780 hectáreas. Están situadas justo en la frontera de Zambia y Zimbabue y, a pesar de que para muchos las vistas más impresionantes se obtienen desde el lado de Zimbabue, las mejores infraestructuras, tanto hoteleras como de actividades, se encuentran en la zona de Zambia.

 

Contacto con las Victoria

Una de las propuestas que algunos guías locales ofrecen es la posibilidad de bañarse en una especie de poza natural que se forma justo antes de la caída de agua. Se accede desde la Isla Livingstone y solo puede realizarse durante los meses que van de septiembre a diciembre, cuando el nivel de agua es más bajo y la corriente menos intensa. Este lugar tan extraño es llamado Devil’s Pool (la piscina del Diablo). Su nombre no es ningún eufemismo, pues no puede decirse que sea una experiencia segura, ya que más de un turista ha sido engullido por las aguas del Zambeze. De hecho, se consideran las piscinas más peligrosas del mundo. Las crecidas del río llegan a ser tan rápidas que en cuestión de minutos el caudal puede subir hasta un metro.

Yo mismo fui testigo en este viaje de cómo una adolescente, tras resbalarse, cayó al río y no se pudo hacer nada para salvarla mientras era arrastrada a una velocidad vertiginosa hacia el abismo. Para muchos, nadar en esta piscina es una descarga de adrenalina y la mejor experiencia que han tenido en la vida; para alguno que otro, tal vez la “última”. Por este motivo en la época de crecidas los guías acompañan a los turistas hacia una serie de caminos serpenteantes repletos de miradores en los que tomar impresionantes fotografías. No conviene llevar encima objetos susceptibles de estropearse con la humedad, ya que acabaremos mojados debido al curioso fenómeno que se produce aquí: una especie de lluvia invertida que se origina al chocar el agua a gran velocidad contra las rocas, sobre todo cuando el río baja con más caudal. De hecho, al principio del recorrido hay una caseta de souvenirs que alquila chubasqueros y zapatillas de playa. Conviene especialmente llevar una cámara que sea sumergible o bien una bolsa estanca en la que guardarla. Se tardan unas dos horas en recorrer con tranquilidad los dieciséis miradores de la senda que se extiende frente a las cortinas de agua en su parte sur, desde el espacio dedicado a Livingstone hasta el mirador del puente sobre el Zambeze.

Este puente con una carretera de dos sentidos y una vía férrea une Zambia con Zimbabue, los dos países que formaron parte antaño de Rodesia, patria del apartheid. Con un arco de 122 metros y 111 metros de caída hasta el cauce, fue construido en acero en 1905 y creado para el paso de la línea de ferrocarril que iba a enlazar Ciudad del Cabo con El Cairo, un macro-proyecto que de haber sido llevado a cabo en su totalidad alcanzaría más de 8.000 km de vía. Pero las mil y una dificultades con que se toparon (atravesar el árido desierto de Kalahari, guerras, hambrunas, fiebres, ataques tribales...) fueron mermando la euforia de los británicos, que acabaron por abandonar definitivamente esta ambiciosa obra tras el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.


Los lugareños no tienen ningún tipo de impedimento para pasar de un país al otro por el susodicho puente pero a los demás, si no estamos dispuestos a pagar unos dólares extras y un nuevo visado, solamente se nos permite acceder a una especie de tierra de nadie delimitada entre las dos fronteras sobre el mismo puente. Es precisamente en esta infraestructura donde pueden realizarse algunos deportes extremos como puenting, góming y canoping a una altura de más de 110 metros (no apta para cardiacos, evidentemente) y con un precio de 150 dólares. 

También se puede practicar rafting extremo en el río Zambeze. Para ello hay que llegar hasta los rápidos del Batoka. El recorrido, que salva 23 rápidos, no está diseñado para principiantes ya que la corriente suele ser bastante fuerte y las grandes pendientes y caídas lo hacen todavía más complicado. Bundu Adventures (www.bundiaventures.co.za) es la empresa que comercializa este tipo de aventuras acuáticas. Para quien se anime, por unos 130 dólares tendrá una experiencia de las que marcan, de seis horas de duración, incluyendo el tiempo para comer y los traslados.

Pero hay más experiencias de este tipo en las cascadas Victoria, algunas tan inverosímiles como surfear e intentar montar la ola a los pies de la indómita caída de agua, subirse en una lacha motora ultrarrápida disfrutando de velocidades vertiginosas, y muchas otras con el denominador común de descarga de adrenalina y experiencia inolvidable.


Paseos por el río Zambeze

Si buscamos actividades más tranquilas, bajo el telón de fondo del río Zambeze podemos emular a Humphrey Bogart y navegar a bordo del Reina de África. Evidentemente no se trata de la misma embarcación ni estaremos acompañados de Katharine Hepburn ni tampoco nos van a dar un Oscar como actor principal, pero vale la pena pasar una tranquila y romántica tarde navegando plácidamente. Hay varias salidas durante el día, aunque la que más éxito tiene es la de última hora de la tarde. Se zarpa a las cuatro de la tarde y durante el recorrido se sirven cócteles y tentempiés. Por el camino es posible ir contemplando a uno y otro lado del río la fauna salvaje que allí se congrega: cocodrilos, hipopótamos, monos, jirafas, elefantes y algún que otro antílope. Pero, veamos más o menos animales, el premio final está asegurado: una espléndida puesta de sol.

 

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