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Zimbabue. Naturaleza en estado puro.

No suele estar entre las rutas habituales por el continente negro a pesar de que posee algunos de los atractivos más icónicos del África subsahariana. Zimbabue no solo cuenta con las legendarias cataratas Victoria, sino también con vestigios históricos que son Patrimonio de la Humanidad, con ciudades coloniales y, por supuesto, con la vida en su forma más salvaje.

Zimbabue es un país apasionante que debido a cuestiones sociopolíticas muy complejas y a una fortísima recesión económica ha estado casi fuera de circulación turística durante dos décadas. Pero sus habitantes ya empiezan a ver la luz al final del túnel. Habrá que estar atentos, pues en poco tiempo se ha apostado en el país por construir nuevos hoteles y resorts de lujo, se han mejorado las comunicaciones por carretera –hay muchas vías recién asfaltadas– y ya operan nuevas rutas aéreas a los aeropuertos internacionales de Harare y Victoria Falls.

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Zimbabue ofrece al viajero no solo apasionantes safaris sino una rica historia.

patrimonio de la humanidad

Antes de sumergirnos de lleno en el espectáculo del ciclo de la vida en directo, acerquémonos a la ciudad perdida de Great Zimbabwe, uno de los enclaves más desconcertantes y misteriosos del país. A pesar de estar reconocida como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1986, muy pocos conocen la existencia de la que fuera la mayor ciudad medieval del África subsahariana. El Great Zimbabwe fue una gran metrópolis, toda una rareza monumental labrada en piedra que no tiene análogo en ningún otro lugar del continente negro y que se estima tuvo unos 18.000 habitantes. A pesar de que sus fundadores extendieron su reino hasta Botsuana, Sudáfrica y Mozambique –e incluso llegaron a mantener relaciones comerciales con China y Persia– la ciudad quedó desierta como por arte de magia a mediados del siglo XV.

Los arqueólogos que la descubrieron en el año 1800 creyeron encontrar en ella la ciudad perdida de Ofir, lugar donde se ubicaban las legendarias minas del rey Salomón. Pero lejos de tener orígenes bíblicos, estudios recientes han arrojado fechas de construcción mucho más modernas: el Hill Complex es del siglo XI y el conjunto del valle (Great Enclosure) se construyó alrededor del siglo XIV. En el primer recinto, los arquitectos, en vez de someter la naturaleza a sus necesidades, levantaron la ciudad como si de una extensión del paisaje se tratara. Aprovecharon las formaciones pétreas, los pasos entre rocas y los perfiles de la montaña para encajonar muros, escalinatas, templos y viviendas.

 

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Great Zimbabue, a pesar de haber sido declarado Patrimonio de la Humanidad, es uno de los enclaves históricos más desconocidos.

Junto a Great Zimbabwe se puede visitar el Monumento Nacional de las ruinas de Khami, el segundo de los tres enclaves del país inscritos en la lista de bienes culturales declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Este recinto, de menor tamaño e impacto visual, floreció tras el abandono de su predecesora Great Zimbabwe. Los habitantes de Khami fueron grandes comerciantes a nivel mundial y prueba de ello son los numerosos hallazgos de cerámica portuguesa y española de los siglos XV a XVII –¡incluso porcelana china de la dinastía Ming!– que hoy pueden contemplarse en el museo de la vecina ciudad de Bulawayo.

Para conocer el tercer lugar de la lista del patrimonio mundial zimbabuense hay que desplazarse hacia el oeste, hasta el Parque Nacional de Matobo. En sus colinas de paredes rojizas y vegetación hostil se vienen llevando a cabo rituales religiosos ininterrumpidamente desde hace más de 13.000 años. Ya en edad prehistórica se pintaron profusamente varios cientos de cuevas, paredes, bóvedas… y aún hoy los seguidores de la religión mwari siguen venerando las formaciones rocosas de Matobo, a las que consideran el hogar de los espíritus. La cifra no es nada trivial: en el parque hay más de 3.000 sitios con pinturas rupestres catalogadas y todas ellas están en la lista de la Unesco desde 2003.

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Vendedor de artesanía en el Parque Nacional de Matobo.

rinocerontes y elefantes

Más allá del arte rupestre, una de las grandes atracciones de Matobo es el World’s View, una colina salpicada de rocas esféricas que ejerce de perfecto mirador sobre el parque nacional. En este espectacular enclave se ubica la tumba del controvertido colonizador Cecil Rhodes, quien escogió ser enterrado aquí en 1902. Para ponernos en antecedentes: Rhodes fue un poderoso comerciante de diamantes que, ganando terreno a los líderes locales y auspiciado por el Imperio Británico, fundó un estado que llevaría su nombre: Rhodesia. Posteriormente, sería dividida en dos, Rhodesia del Norte y Rhodesia del Sur, dos países que existieron hasta 1980, momento en que se convirtieron en las actuales Zambia y Zimbabue.

Igual que sucede en casi todo parque nacional africano, la estrella indiscutible de Matobo es el propio reino animal que lo habita, especialmente los rinocerontes blancos (Ceratotherium simum) y los negros (Diceros bicornis), especies que fueron reintroducidas después de su desaparición del parque a mediados del siglo XX. La caza excesiva con fines lúdicos y medicinales –hasta el mismísimo Hemingway se vanagloriaba de haberlos abatido– terminaron con ellos en Matobo hasta que en 1960 se declaró su protección en todo el mundo. Hoy el rinoceronte negro está en la Lista Roja de la UICN de especies en peligro crítico de extinción, con solo 4.880 individuos en toda África. Y el futuro no es nada prometedor: si nada lo impide, los expertos vaticinan que su extinción llegará en aproximadamente diez años.

 El Parque Nacional de Matobo es un lugar excepcional, no solo por la fragilidad de sus habitantes, sino por el hecho de que los safaris para ver rinocerontes se hacen… ¡a pie!

Si hemos venido a Zimbabue para ver animales en su versión más salvaje, entonces nuestro próximo punto en el mapa debería ser el Parque Nacional de Hwange, que es a este país lo que el Serengeti a Tanzania o el Masai Mara a Kenia. En él la contemplación de la fauna en cantidades ingentes está asegurada: es el hábitat de más de cien especies de mamíferos y cuatrocientas de aves, además de las migratorias que visitan el lugar entre octubre y abril. Y todo ello concentrado en un territorio que abarca unos 14.000 kilómetros cuadrados.

Si Matobo tiene los rinocerontes, Hwange los elefantes. Con unos 53.000 ejemplares sobre el terreno, estos paquidermos alcanzan aquí casi la categoría de plaga. Y junto a ellos, el resto de los Big Five (leones, leopardos, rinocerontes y búfalos) que se esconden en el parque dispuestos a que las cámaras de fotos no los encuentren.

Es sueño de livingstone

Desde que David Livingstone las pusiera en el mapa del mundo conocido, las Victoria Falls han sido, por derecho propio, el mayor de los reclamos turísticos de Zimbabue y de su vecina Zambia. Y es que en 1855, cuando el explorador británico descubrió que todo el caudal del río Zambeze se precipitaba al vacío por una garganta insondable comprendió que se hallaba ante algo muy pero que muy grande. Bautizó aquel colosal salto de agua en honor a su reina inglesa sin ser del todo consciente de que estaba ante el mayor hallazgo de su carrera. Si bien no son las más altas ni las más anchas –récords que ostentan el Salto del Ángel y las Cataratas del Iguazú, respectivamente– las Victoria Falls se consideran las de mayor envergadura del planeta por su amplitud (1,7 kilómetros) y altura (108 metros de caída libre) en conjunto.

Con todo, no es de extrañar que la localidad de Victoria Falls sea la más turística del país, algo que se nota en la elevada concentración de hoteles, tiendas de souvenirs y empresas de aventura que venden adrenalina en diferentes formatos. Los recorridos a través de tirolinas, el bungee jumping, el rafting o el kayak son opciones que permiten ver (y sentir) las cascadas desde puntos de vista menos convencionales. Si nos conformamos con la postal más clásica del gigante líquido, podemos seguir el sendero panorámico habilitado, que discurre con los pies sobre la tierra y sin sobresaltos.

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El atardecer es el momento idóneo para navegar por el río Zambeze. 

Pero Victoria Falls no se acaba con las Victoria Falls. Esta localidad es un buen punto de partida para adentrarse en la parte baja del río Zambeze, un ecosistema que se deja conocer. Navegar por el río es la manera más sencilla de contemplar la fauna acuática en su medio natural, o la terrestre dándose su primer baño del día.

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