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SRI LANKA. Un Paraíso Escondido

A pesar de su reducido tamaño, Sri Lanka ofrece una pasmosa variedad de paisajes y tesoros insospechados.: Ciudades metidas en la jungla, montañas alfombradas de campos de té, selvas donde reinan los elefantes y playas bañadas por el océano índico.

el país de los rubíes, de las especias y del té

A menudo, la curiosidad por conocer un país empieza en las páginas de un libro o en las imágenes de una película. Mi deseo de adentrarme en las impenetrables junglas y las milenarias ciudades de Sri Lanka comenzó sin saberlo hace muchos años, cuando quería compartir guión con Harrison Ford en Indiana Jones y el templo maldito, o envidiaba a Bo Derek en Tarzán. Muchas son las localidades de la antigua Ceilán que pueden vanagloriarse de haber servido de escenario a obras maestras de directores y actores de medio mundo. Películas legendarias como El puente sobre el río Kwai, El segundo libro de la jungla o El triángulo de hierro me impulsaron, una vez sabido el país donde habían sido grabadas sus escenas, a viajar a Sri Lanka.

Escritores y poetas de todos los tiempos han definido este destino como “el país de los rubíes, de las especias y del té”. Su encanto ha quedado plasmado en el transcurso de la historia en obras como el libro Viajes de Marco Polo y, después, en los cuadernos de navegantes y mercaderes portugueses, holandeses e ingleses que, fascinados por su rico y variado reino de especias y sus paisajes, agrandaron su fama de paraíso perdido.

Sri Lanka, con sus ritos y cultos, exhala gran espiritualidad y armonía.

entre la jungla y el arte

Las antiguas ciudades de Anuradhapura, Kandy y Polonnaruwa son los vértices de lo que se conoce como Triángulo cultural. Aquí domina la desmesura, y no solo en las obras del hombre, también en las de la naturaleza.

En Anuradhapura, la más antigua de las capitales de los distintos reinos cingaleses, se respira el aire y la espiritualidad de sus ancestros. Quizá el Sri Maha Bodi, el árbol bajo el cual Buda alcanzó la iluminación, contribuya a crear esa sensación. Aunque fue olvidada y semicubierta por la jungla durante siglos, los restos de los santuarios y esas grandes construcciones hemisféricas macizas (a las que llaman dagodas) en cuyo interior se conservan las reliquias sagradas de Buda, son recuerdo de su fastuoso pasado.

Las ruinas de Polonnaruwa están formadas por ese tipo de monumentos que conmocionan y te empequeñecen cuando te encuentras junto a ellos. Surgen templos, palacios, bibliotecas, inmensas dagodas, estatuas de dimensiones colosales (como el famoso Buda sedente de más de siete metros de longitud)... El susurro de la selva, tentacular y omnipresente, se cierne sin piedad sobre los tesoros de la que fue la segunda capital de los antiguos reyes de Ceilán.

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Ritos en el Templo de Sri Dalada Maligawa.

"La vegetación está recuperando el territorio que le arrebató la dinastía india Chola”.

Los Chola retiraron a Anuradhapura el estatuto de capital en el siglo XI y se lo otorgaron a Polonnaruwa, pero dos siglos más tarde, las ansias de grandeza del rey de entonces arruinaron el reino, y la ciudad fue abandonada a favor de Kandy. La jungla entonces comenzó a crecer, engullendo las bellezas de la ciudad bajo un denso manto verde, y así permanecieron escondidas hasta que en el siglo XIX, los ingleses comenzaron las excavaciones para sacarlas de nuevo a la luz. Está claro que la película de Indiana Jones no solo tomó la selva de Sri Lanka como parte de su escenario, sino que también se inspiró en su historia para elaborar el guión. 

 

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Monje entrando en el complejo de templos de Sri Dalada Maligawa, en Kandy.

Sigiriya, un espejismo

Aunque si hay algo hipnótico es la visión que ofrece nuestro siguiente ‘paraíso perdido’. Asentado sobre la boscosa planicie de Sigiriya, en el centro de Sri Lanka, un imponente monolito de piedra rojiza se alza como un espejismo por encima de las nubes a 180 metros de altura. En su cima se encuentra la fortaleza de Sigiriya, cuya existencia se debe al loco, ególatra, apasionado por el arte, cruel y sediento de poder Kasyapa, hijo del rey Dhatusena. Mató a su propio padre y obligó a huir a su hermano Mogallana, legítimo heredero al trono. Temiendo que este regresara, Kasyapa se hizo construir en el farallón rocoso un palacio inexpugnable a medida de su megalomanía y su ilusión de ser un dios. Pese a ser breve su periodo de esplendor (tan solo 18 años, a finales del siglo V) Sigiriya fue la capital y el orgullo de Sri Lanka. Respiro profundamente y comienzo la vertiginosa ascensión.

La siguiente bocanada de aire la tomamos justo antes de comenzar la última ascensión. Antiguamente el visitante iniciaba esta subida a través de las fauces abiertas y la garganta de un león tallado en la piedra, pero hoy solo quedan las enormes garras de aquella estatua. Llegamos a la cima. Desde ella se pueden ver las ruinas de la que fue una de las ciudades reales más elegantes y encantadoras construidas en Ceilán. Contemplamos esta ciudad concebida con una audacia sin precedentes. Tanto como su reinado, la vida del genial Kasyapa fue muy breve, pero su obra corta el aliento y ha logrado mantenerse en pie a lo largo de los siglos. Hoy es, por méritos propios, Patrimonio de la Humanidad.

Nuestro siguiente objetivo es adentramos en las mismas entrañas de la Roca de Oro, una peña de 110 metros de altura donde está excavado el extravagante y fabuloso templo budista de Dambulla. Son cinco las grutas repletas de frescos con escenas de la vida de Buda, adornadas con estatuas que lo representan en sus posturas típicas. El rey Valagam Bahu, perseguido desde Anuradhapura por los tamiles en el siglo XI, encontró refugio en estas cavernas, donde un eremita le enseñó a vivir en la pobreza y le transmitió las enseñanzas del Maestro. Cuando el soberano recuperó el trono, transformó en templo aquellas cavernas, regalándonos esta joya escondida.

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Budas en distintas posturas del templo de Dambulla.

 

kandy y las tierras altas

Un viejo tren, con trepidar acompasado y aire nostálgico, asciende por las colinas de las Tierras Altas. Al otro lado de la ventanilla van desfilando las montañas y las plantaciones de té. No es difícil encontrar la belleza de este lugar... He subido en la estación de Kandy, una de las metrópolis más bonitas de Sri Lanka. En el corazón del País de las Montañas, aún conserva su legendario encanto y su espíritu colonial británico. Es delicioso pasear entre suntuosos palacios, hoteles coloniales, el bucólico lago rodeado de magnolios y sobre todo por el imponente conjunto arquitectónico de Sri Dalada Maligawa, en el que se encuentra el famoso templo que guarda como reliquia el diente de Buda. Desde Kandy emprendemos la ruta hacia Ella, uno de los itinerarios más fascinantes de Sri Lanka. Mientras saboreo una taza de té en el ‘Observation Saloon’ voy degustando, sin prisas, un paisaje lleno de contrastes que alterna pendientes escarpadas con espectaculares cultivos en terrazas escalonadas, situadas entre los 600 y 1.500 metros de altitud.

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Paisaje en las Tierras Altas de Ella.

Las plantaciones de té cubren las laderas de las colinas.

se anuncia ella.

Hemos llegado a nuestro destino. El jefe de estación toca el silbato y grita enérgicamente algo que por el tono solo puede significar ‘viajeros al tren’. Y así, como si tal cosa, lo veo partir entre las nubes cuando aún me cuesta creer que ese cacharro desvencijado haya sido capaz de llegar hasta aquí arriba. En Ella hay cascadas impresionantes, valles excavados por los ríos e interminables perspectivas que llegan hasta cimas y crestas lejanísimas. Pero lo más destacado son los campos de té. Entre el manto de hojas verdes y brillantes se distinguen los coloridos saris de las mujeres tamiles, originarias del sur de la India, con sus pesados cestos de mimbre cargados a la espalda. Por todos los caminos hay elegantes recolectoras, que arrancan los brotes más tiernos de las plantas a una velocidad impresionante, utilizando las yemas de sus dedos y una técnica ancestral. Sin saberlo, estas damas son las artífices de que Ceilán ponga nombre a un té que está considerado como uno de los más aromáticos y sabrosos del mundo.

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Salto de agua en las montañas de Ella.

en busca de los elefantes

Son casi las dos de la tarde, hora de salir al recreo para los elefantes del orfanato de Pinnawela, el centro de acogida, cría y recuperación más antiguo y grande del mundo de estos grandes mamíferos. El ritual diario del baño es uno de los momentos más ansiados por los turistas y también por los paquidermos, que expresan su excitación alzando la trompa y “aleteando las orejas”. Me agolpo detrás de una rudimentaria valla junto con un montón de escolares vestidos de uniforme, esperando ansiosa el comienzo del desfile. Dos en punto: se abren las puertas. La imponente manada de más de medio centenar de ejemplares camina, como si fuera un ejército, a paso ligero, por las calles del pueblo de Rambukana, hasta llegar al río Maha Oya.

Allí, durante un par de horas, las crías gozan del agua al lado de los especímenes adultos. Se zambullen, se echan agua con la trompa por encima de la cabeza para combatir el calor, juegan entre ellos y se tumban para ser masajeados por los mahouts, sus cuidadores, con los que se dice que desarrollan un vínculo especial que durará toda su vida. Emocionada con el espectáculo, cuando me proponen un paseo en uno de estos enormes y preciosos animales acepto sin dudar. Y en un santiamén me encuentro a lomos de un mastodonte de varias toneladas de peso, sintiendo bajo mis manos su áspera piel y contemplando desde las alturas la belleza de los exuberantes bosques de Sri Lanka.

Tras la experiencia, no dudo en hacer varios safaris por los parques nacionales para ver a los elefantes en su hábitat natural. Y es que este país ofrece un espectáculo de vida silvestre que rivaliza con lugares como el Serengeti, en África. Elijo el Parque Nacional de Uda Walawe, con un paisaje propio de la sabana africana, donde disfruto de las grandes concentraciones de búfalos, cocodrilos, infinidad de aves y centenares de elefantes. También me uno a una expedición para adentrarme en el Parque Nacional de Minneriya, un tesoro de lagunas y praderas donde las manadas de paquidermos salvajes se desplazan en busca de pastos bajo la atenta mirada de las grandes colonias de aves. Y dejo para otra ocasión Yala, que posee la mayor densidad de leopardos de todo el mundo y que, sin duda, es otro acierto seguro.

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El orfanato de Pinnawela es un centro de acogida, cría y recuperación de elefantes.

playas bañadas por el Índico

Para acabar esta búsqueda de paraísos en la antigua isla de Ceilán voy a recorrer las idílicas playas del Océano Índico. Al este, se encuentran las más tranquilas y aptas para el baño. Nilaveli, con kilómetros de arena dorada, invita al paseo así como a sumergirse en sus aguas repletas de vida, y es que a solo diez minutos de la costa se encuentra el Parque Nacional Marino de Isla Pigeon, un conjunto de islotes repletos de pequeñas calas rodeadas del arrecife de coral mejor conservado de todo Sri Lanka.

En el litoral oeste, los atardeceres más bonitos los brinda Bentota, donde además se puede disfrutar del espectáculo de las tortugas marinas desovando en la arena. En el sur están las playas más populares, donde el verde de los palmerales contrasta con el azul intenso del mar. La imagen más bella y pintoresca de esta costa la ofrecen los pescadores zancudos, que pescan subidos en palos clavados a pocos pasos de la orilla. Se sujetan con una mano al poste y con la otra manejan desde la altura su rudimentaria caña de pescar, mientras intentan capturar pequeños arenques o caballas a base de ágiles movimientos que ejecutan con sus anzuelos, sin utilizar cebo. Recorro localidades como la encantadora Galle (un viejo enclave portugués donde, en tiempos, llegaban las naves llenas de militares y regresaban cargadas de canela y especias), la pequeña y sosegada Mirissa, la animada Unawatuna o la bahía de Welligama, donde termino mi viaje.

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Los ocasos más bellos se pueden apreciar desde la población de Bentota, en el litoral oeste.

Frente a la orilla se divisa la diminuta isla de Tapobrane, uno de los refugios del escritor, compositor y viajero Paul Bowles. “¿Te inspira este lugar para escribir?”, me pregunta mientras tomo notas en mi libreta un misterioso hombre vestido con un largo sarong alrededor de la cintura y pies descalzos. “También inspiró a compositores como Bizet, Debussy y Ravel; a pintores como Delacroix y Gauguin; a filósofos como el sombrío Schopenhauer... Hasta el mismísimo Don Quijote, tu paisano, soñaba con el imperio de Alifanfarón, el señor de la grande isla Taprobana”. Después me aclara que Taprobana era el nombre dado a Sri Lanka en el mapa del geógrafo alejandrino Ptolomeo. Miro a esta figura mientras se aleja moviendo los dedos como un director de orquesta y tatareando una canción. Quizá sea un compositor... o un historiador... o un loco romántico atraído por su particular paraíso escondido.

No lo sé, pero este es el motivo que me impulsa a viajar: la certeza de que puedes encontrar gente que no sabes que existe, historias que no conoces y sensaciones que nunca antes habías tenido.

Si estás pensando aventurarte en un viaje, tienes que considerar Vietnam como un posible destino. Esta ciudad está llena de lugares encantadores, gastronomía deliciosa y un sinfín de actividades para disfrutar de una experiencia inolvidable, aquí encontrarás 7 must que debes hacer sí o sí, si viajas a Vietnam.

Texto y fotos: GO CENTRAL JAPAN

Visitar Japón durante la primavera, la temporada de los cerezos en flor, es siempre una experiencia increíble. Árboles con forma de nube resplandecen con una miríada de flores que adornan las calles, parques, riberas y montañas de todo Japón. Debido al predominio del color rosa pastel de las flores, la nación japonesa adopta un ambiente festivo para celebrar el comienzo del nuevo curso escolar y del nuevo año comercial en abril.

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